Franco -casi treinta y tres años bajo la losa del Valle de los Caídos- sigue vivo en la memoria de aquellos que sufrieron, de una u otra manera, las consecuencias de sus cuatro décadas de sangre y ambición. El general africanista hecho generalísimo, después caudillo y más adelante cazador y pescador y firmante de penas de muerte contribuyó como nadie al alargamiento de la guerra civil, a la partición de su país entre los que vencieron y los que fueron vencidos, el mejor modo de asegurarse por siempre jamás el armiño, el cetro y un pueblo en declive y básicamente al alcance de la mano. Todo a base de mentiras que, de tan repetidas, se convirtieron en certezas. Más o menos ésta es la síntesis que defiende Paul Preston (Liverpool, 1946) en su enésima revisión de la vida del dictador de El Pardo, todavía en las librerías.

El gran manipulador es un repaso -ora exhaustivo, ora a vuela pluma- de los episodios más señeros de la vida de Franco. Lo que dice Preston en este libro último suyo es que cada uno de los pasos dados por el general se subordinaban a la ambición del poder y, tras conseguir éste, al mantenimiento del «status quo» salido de la última guerra civil española? una nación muy dada desde siempre a ver el territorio siempre partido en dos. «De todas las historias de la Historia, / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal?». Ya lo escribió en su día Jaime Gil de Biedma. Pese al plan propuesto, lo que hace Preston no es otra cosa que subrayar lo obvio: treinta y nueve años durmiendo en El Pardo sin apenas protestas, cuatro décadas omnipotentes, sólo pueden tener una explicación: la manipulación. La manipulación o la táctica del miedo? Que Franco fue manipulador era algo de sobra conocido? que, para Preston, sea el más «grande»? no deja de resultar novedoso. Pero de alguna manera había que titular la enésima revisión generalísima. Asuntos editoriales aparte, Paul Preston escribe cada uno de los episodios de esta biografía como si fueran entes independientes. Explica en el capítulo segundo que el ministro radical Diego Hidalgo nombró a Franco general de división y lo hizo asesor personal. Unas páginas más adelante vuelve a recordar que el tal Hidalgo, ministro radical, fue el que le hizo saborear «por primera vez» lo que significaba el ejercicio del poder «real y omnímodo». Y es que el general de división, a través de una declaración de guerra en Asturias, se hizo con las competencias de Gobernación y de Guerra en el Principado. Y así probó, a juicio de Preston, la técnica que dilapidó durante la guerra. ¿Por qué entonces detenerse en Badajoz en agosto de 1939, a qué aquellos dos mil muertos en lugar de la conquista de Madrid, todavía sin defensas? «El uso del terror, tanto a corto plazo como a la larga, fue un elemento esencial en el repertorio de Franco en su condición de general y de dictador», asegura Preston (pp. 60-61).

Franco, para Preston, se ancló en El Pardo armado de mentiras y con la mano gélida para las sentencias de muerte. Y por eso se ha decidido por desvertebrar «la espesa cortina de propaganda» en que aduladores envolvieron al dictador. Los aduladores y también sus contrarios, porque Preston manifiesta su pesar hacia la tendencia de la izquierda «a subvalorar la figura del caudillo». Es decir, que ni fue el Cid ni tampoco una «mediocridad», y para sustentar estos juicios plantea otra evidencia más de las muchas que contiene esta biografía: «La guerra civil española fue su mayor y más gloriosa hazaña».