¿Audrey Hepburn? No, Julia Kendall, criminóloga, asesora de la fiscalía y profesora de la Universidad de Garden City. Es elegante, inteligente, bella, delicada, racionalista, sensata, progresista, introspectiva, bondadosa... y siente que se le está pasando el arroz. Tiene una abuela encantadora, una hermana modelo algo desequilibrada, un gato de angora, una casa estupenda, un coche clásico casi siempre averiado, un diario íntimo al que se confía en letra inglesa, unas pesadillas torturantes y una enemiga recurrente que es asesina en serie.

Vive sola y es independiente, pero no está sola. Tiene una criada negra, Emily (Woopy Goldberg), cargada de hijos y descargada de maridos que bufa de los hombres, mete ruido y la quiere a muerte. Tiene un compañero de trabajo, el teniente Webb (John Malkovich) un «madero» intransigente con el que mantiene abruptas discusiones y una silente tensión sexual. Tiene un amigo, Leo Baxter, detective privado, que la trata como una princesa sin ir más allá. Y tiene un creador, el genial genovés, Giancarlo Berardi (1949), que hace 30 años sorprendió y conmovió con «Ken Parker», acaso el mejor western europeo y el mayor homenaje al género hecho en el cómic mundial.

Berardi -que recibirá el sábado, 18, en Gijón, el premio «Haxtur» al autor que amamos en el Salón del Cómic del Principado- creó «Julia» hace 10 años y demostró en Italia -donde el personaje es la estrella- que es un guionista excepcional. Más de cien mil lectores y, ojo, lectoras. Su tebeo de 130 páginas es una cena mensual con la inteligencia, la emoción, el terror, el suspense, la actualidad y el crimen.

Giancarlo Berardi habría querido hacer películas, interpretar teatro o tocar en un grupo. Son algunas aficiones juveniles que practicó y ha integrado en los cómics, por los que se inclinó pronto, como dibujante, porque se podían hacer «en casa». La casualidad le echó una mano. Era compañero de facultad de Ivo Milazzo, un dibujante excepcional que fue su cómplice artístico durante 20 años. Después de unos inicios de picoteos y pruebas crearon juntos «Ken Parker», que llegaría a tener serie propia en 1977 y los consagraría.

«Ken Parker» parte del Robert Redford de «Las aventuras de Jeremiah Johnson» (película de Sydney Pollack) y es un recorrido por los hitos del western enfocado desde la mentalidad de los años setenta, un vaquero de izquierda moderna que reinterpreta los grandes relatos del género en homenajes a la altura del referente. En España sólo se editó una pequeña parte.

Berardi llegó al final del siglo XX escribiendo otras series y relatos interesantes, explotando las reediciones de «Ken Parker», trabajando para personajes ajenos y consiguiendo un gran prestigio. Al borde de los 50 años, afrontó otra creación para los nuevos tiempos, «Julia» (inédita en España), un policiaco negro actual con una protagonista femenina que, valga la paradoja, es una mujer. «Julia» no es un forzudo que «está buena» y da patadas en bikini al fondo de un callejón. Es otra cosa. Y como ella, todo su mundo.

En «Julia» los personajes parecen personas. Pueden ser los protagonistas de un episodio ideados con una caracterización psicológica, unas circunstancias en conflicto, una posición económica, una tendencia sexual, una raza, una familia y una edad o pueden ser gente corriente con un pequeño papel en la trama. En «Julia» hay niños, viejos, estudiantes universitarios, «homeless», taxistas tronados? Un terrorista o un narcotraficante no serán estereotipos que abatir sino personas con nombre y circunstancias. Un represor argentino puede ser un abuelo ejemplar y vecino decente que debe enfrentarse a su pasado de verdugo y un guarda de seguridad puede protagonizar una escena accesoria en la que cuenta que marcha de vacaciones con su familia y se lleva a la suegra, recién viuda. A veces las historias son un personaje; a veces, un asunto: los acosadores por internet, las estrellas del rap, un arma química liberada en la ciudad o una secta destructiva.

Berardi, culto, informado, alimentado por la actualidad y por miles de películas y novelas, ha encontrado fórmulas para desarrollar sus relatos. Julia suele plantear en sus clases el tema que va a centrar la historia en términos psicológicos y morales, lo va a discutir en el plano penal y policial en la Comisaría, lo va a sufrir y digerir íntimamente en las anotaciones de su diario y lo va a resolver en la acción de las viñetas.

Porque la casa es un territorio de intimidad. Julia tiene una «de verdad» y sus seguidores conocen su decoración y la distribución de sus habitaciones. Nunca las ambientaciones, el vestuario o las caracterizaciones son esquemáticas. El año en Garden City tiene estaciones y los secundarios sufren cambios de estados de ánimo. Todo esto puede parecer normal, pero es muy infrecuente en los cómics (y no sólo en ellos). Hay miles de ficciones en las que no hace calor ni frío y nadie coge la gripe o se levanta con el día tonto.

Esa cotidianidad da humanidad, vulnerabilidad, a los personajes que han de enfrentarse a casos, situaciones y peligros propios del policiaco, es decir, a violentas rupturas de la normalidad.

El mundo que ha sabido construir Berardi y las historias que desarrolla dentro de él demuestran a los lectores hasta qué punto no importa el dibujante y hasta qué punto es tan importante. En 120 números no ha habido más dibujante regular que Marco Soldi, el portadista. Los lectores encuentran un artista diferente cada mes porque dibujar un episodio lleva medio año de trabajo. Algunos artistas han repetido, pero no podemos identificar la serie con ninguno, aunque sí agradecer los episodios que dibujan Laura Zuccheri, Enio o Claudio Piccoli. Entre sus autores gráficos hay muchos que consideraríamos medianos e impersonales, pero ninguno ineficaz, que no sepa dibujar las expresiones del rostro y los movimientos corporales, la conversación, la acción, los coches, los escenarios realistas, la lluvia, el otoño o la noche. «Julia» no es tebeo para estilistas ligeros sino para dibujantes sólidos con los ojos puestos en el mejor modo de narrar una historia llena de matices y detalles que nunca son supérfluos.

Pesa el concepto integral de Berardi y su peculiar manera de hacer historietas. Puede estar escribiendo una decena de guiones simultáneamente y para concebirlos recurre a sus habilidades de dibujante haciendo un «story board» en el que las escenas están planificadas y las viñetas compuestas. Envía el guión al dibujante con las indicaciones y éste le va remitiendo las páginas conforme las hace, para que Berardi haga las correcciones. Él escoge la mejor solución narrativa, la del dibujante o la propia.

En ese sentido, Berardi es un autor y un taller, una forma de hacer y personas con las que hacerlo. También como escritor es ayudado por el veterano Maurizio Mantero (1955), al que conoció hace más de 20 años, o por el joven Lorenzo Calza (1970), pero jamás pierde el control del personaje.

«Julia» es un serial coherente que va contando episodios policiacos y las dudas y problemas de un personaje con la sentimentalidad complicada de la mujer exigente. Berardi es un espléndido narrador de sentimientos (que jamás llevan al rubor) y su fórmula de policiaco + femenino y crimen + sentimientos, inspirada por la humanizada idealización de su actriz favorita, es uno de esos cómics que cazan lectores fuera del coto de los tebeos.

Para entender «Julia» hay que aproximarse a los cómics italianos de la editorial Sergio Bonelli, la gran superviviente milanesa. Bonelli tiene un personaje nacional, Tex, un western que supera el medio siglo de vida en continua edición y reedición millonarias. Con «Tex» se confirmó que la razón del éxito es el personaje y que hay que dar una buena dosis mensual a los lectores italianos. Su formato es el de una novela gráfica que ronda las cien páginas.

Bonelli ha formado una escudería de personajes de género. Ciencia ficción, fantasía, fenómenos paranormales, terror, Oeste. Personajes como Nathan Never, Dylan Dog, Martin Mystere? Alguna vez, Umberto Eco alaba uno de ellos, pero no necesitan la canonización del semiólogo: son populares y están en todos los kioscos. Su imaginario es muy estadounidense y su factura muy italiana: guiones locuaces, algo demorados y nada agobiados por el prurito de la originalidad.

Formato y cadencia son condicionantes industriales que definen las distintas tebeografías. El álbum franco-belga está compuesto por 48 páginas y el lector tiene suerte si sale uno anual de su serie favorita. Obra de un autor o de un dibujante y guionista fijos, tiene un dibujo detallado, espléndidos colores, buena encuadernación y precio alto. Un «comic-book» estadounidense son 28 páginas mensuales en un ejemplo de división del trabajo (editor, argumentista, guionista de diálogos, dibujante a lápiz, entintador, rotulista...). En Japón hay un estudio detrás de cada obra triunfal.

Italia vende barato una entrega larga al mes, normalmente autoconclusiva, de un personaje de género frecuentemente «interpretado» por un sosias de una estrella de Hollywood. Y les va muy bien. En España, varias editoriales han intentado abrirles hueco, pero sin que hayan logrado consolidarse como lo han hecho los superhéroes estadounidenses, los manga o los clásicos franco-blegas.