«Aquí está el espíritu de la exposición». Gabriel García (Madrid, 1979) señala, en uno de los muros de la sala Borrón, un cartel en el que un ciudadano con aspecto de cosmonauta -para ser exactos, es un crononauta - proclama con sendas marcas de besos femeninos en el rostro y esa sonrisa perfecta que sólo existe en la utopía publicitaria: «¡He pasado mis vacaciones en la batalla de Trafalgar!». Ante él, incitante, eleva sus puertas de ala de gaviota un DeLorean DMC-12, el mítico deportivo en el que Marty McFly y «Doc» Emmett Brown viajaban en el tiempo en la trilogía cinematográfica Regreso al futuro. En la zona media, tres viñetas resumen lo fácil que es dar el salto en el tiempo («Ajusta la fecha? pon combustible? reajusta el fluzo») y, debajo, un cupón recortable invita a solicitar un folleto informativo gratuito al Outatime Institute de Little Falls (New Jersey). Finalmente, en la esquina inferior derecha, sobre una imagen del DeLorean impulsado por dos llamaradas (y con la cuatricromía chapuceramente movida) un bocadillo reproduce un chistoso diálogo: «-Papá, el tatarabuelo debía de ser español. ¡Guardaba en el baúl su disfraz de capuchino de Semana Santa! -?Eeeeeeeh? No exactamente, hijo».

En efecto, el cartel es una buena síntesis de el espíritu y el compendio de materiales que el joven artista y diseñador madrileño afincado en Oviedo ha ensamblado en el proyecto que expone en Borrón hasta el 25 de este mes y con el que ganó la pasada edición del premio «Culturaaquí», del Instituto Asturiano de la Juventud, en la modalidad de diseño gráfico. Doce carteles que sustentan otras tantas campañas publicitarias de productos disparatadamente ficticios, agrupados bajo un título -«Cinema AD»- que lo dice todo: una fusión de la imaginería del séptimo arte y la de la publicidad («ADvertising», en inglés) en un estimulante y a menudo desternillante alarde de conocimiento de ambos medios de masas.

A través de esas doce campañas ficticias, Gabriel García ha armado un homenaje personal y generacional lleno de dobles fondos, ingenio y con unas puntas de sátira que -como la publicidad, pero en un espejo deformante- reflejan rasgos de la sociedad a la que intentan vender sus inexistentes mercaderías y a la vez ironizan con el modo en que el cine inocula masivamente ideologías y formas de vida. La perversa y socarrona mezcla de realidad cinematográfica y ficción publicitaria invierte los valores de verdad y borra las fronteras entre ambos medios más allá del pastiche, en busca de algo nuevo. Porque, tal como advierte el vídeo de presentación de «Cinema AD» -que cita descaradamente los títulos de crédito «Con la muerte en los talones» de Saul Bass y la excitante BSO de Bernard Herrmann-, de la fusión de cine y de publicidad sale algo que «no es cine» y que «no es publicidad».

La clave para interpretar este ejercicio se halla, según Gabriel García, en ese DeLorean que permite entrar y salir a voluntad del pasado y volver de él, como de cualquier viaje organizado, cargado de «souvenirs». No en vano, en la recogida del premio «Culturaaquí», García describió su proyecto como un ejercicio de «reivindicación de nuestras influencias y de nuestro modo de reinterpretar el arte, abriendo un nuevo camino». Un programa que, aún más genéricamente, el joven artista resume en la máxima: «La evolución del arte nace de honrar el pasado y reinterpretarlo hasta conseguir algo nuevo».

En este caso, ese programa se ha concretado en un botín de iconos extirpados de sus películas originales y reimplantados en un contexto que recrea con el primor que da el oficio todos los idiomas publicitarios, tanto comerciales como propagandísticos, del último siglo y pico, replicando con el mismo cuidado conceptos, grafismos o tipografías: desde el «art-nouveau» hasta la cartelería soviética, las tendencias «déco» o la publicidad norteamericana de las décadas de los cincuenta y los sesenta o campañas autóctonas como la de la fabada Litoral. También hay referencias a otras artes visuales, como la divertida cita del «Beso» de Doisneau, pero puesto en escena por C3PO y María, la pionera robota de «Metrópolis». Respecto a las referencias cinematográficas, la mayor parte de ellas son muy obvias (de Ciudadano Kane a 2001; de La guerra de las galaxias a El misterio del escorpión de jade?), aunque la muestra invita a una segunda o una tercera vueltas más atentas para desentrañar todas las citas incrustadas por García en su juego. Ideal, por cierto, para jugar en compañía.

García llega incluso a reproducir los errores y chapuzas típicos de las ediciones apresuradas o pobremente editadas para anunciar dispositivos que humanizan a los androides domésticos; licores destilados a partir de «las amantes de Norman Bates»; agencias de cobro de deudas o de recursos contra multas basadas, respectivamente, en las contundentes estrategias de los Corleone o del psicópata DeNiro en El cabo del miedo, o un «Rosemary's Predictor» especialmente concebido para saber si la usuaria es o no portadora de la semilla del Diablo.

El colmo del ingenio y de la acidez satírica que destila «Cinema AD» muestra quizás esté en el cartel basado en Alien de Ridley Scott: un llamamiento de la Asociación Protectora de Huéspedes en Gestación y del Instituto Nacional de la Concepción Alienígena bajo un dramático «No interrumpas la concepción. Él te eligió para ser su huésped. No le defraudes. No le despegues».