Es curioso, muy curioso: «A pesar de ser la pareja de un matrimonio legendario por su medio siglo de duración, pocas veces interpretó un papel romántico como protagonista, y, para ser sinceros, cuando lo hizo nunca salió especialmente airoso. Más bien se inclinó por interpretar a atletas en dificultades, a forajidos medio locos, a artistas del timo, a despreocupados iconoclastas y a una larga serie compuesta por detectives no muy de fiar, vendedores de licor, policías, espías, abogados, leñadores y trabajadores de la construcción».

Como empresario triunfó «casi tanto como piloto y propietario de un equipo de coches. Fundó su propia marca de productos alimentarios, un negocio al que se dedicó cumplidos los cincuenta años, y estableció nuevos estándares en la eliminación de sustancias conservantes y el uso de materia fresca para la preparación de aliños para ensaladas, salsas para pasta, condimentos y aperitivos». Y ojo con el dato: «Aparte de los millones de dólares y miles de horas de su tiempo que había donado a lo largo de los años, la Newman's Own Foundation, que recibía los beneficios íntegros de sus empresas de la alimentación, repartió más de doscientos cincuenta millones de dólares en sus primeros 25 años de existencia».

Tanto logro le incomodaba. Un periodista dijo de él: «Seguramente es la única persona en todo Estados Unidos que no quiere ser Paul Newman». El gran guionista William Goldman, fue más allá: «No creo que Paul Newman crea ser de verdad Paul Newman». Y él mismo lo reconoció: «El papel más difícil es hacer de Paul Newman. Mi personalidad es tan aburrida y gris que tengo que robar personalidades de otros para ser efectivo». Humilde y sincero: «creía en el trabajo, en la familia, en la suerte, en la colectividad y en una mayor riqueza, y si una parte de esa riqueza llegó a colmar su copa a lo largo de los años, siempre se aseguró de compartirla y de hacerlo con el mejor posible».

«Cuando uno tiene éxito», decía el actor con amarga lucidez, «le gusta que se lo reconozcan, pero es muy duro que te lo reconozcan acercándose a ti por la calle y diciéndote a la cara: "Quítese las gafas de sol, que quiero verle los ojos?". ¿Qué sentido tiene llegar a ser alguien en tu profesión si es para eso?» Por eso odiaba firmar autógrafos: «Seré un hombre feliz si nunca más vuelven a pedirme uno».

Sin abusar del anecdotario y sin caer nunca en el chismorreo, el libro de Levy aporta mucha información interesante sobre los rodajes (por cierto, en La leyenda del indomable «no me comí ni un solo huevo»). De ideas claramente progresistas (incluso llegó a pensar presentarse a senador), Newman nunca dio la espalda a su fracaso más desolador: «Yo no tenía ningún talento como padre».

«El epitafio que algún día me gustaría que figurara en mi tumba es que fui parte de mi época», decía Newman, aunque sus últimas palabras a su familia antes de su veredicto final un tristísimo 26 de septiembre de 2008 tras una lucha llena de orgullo y dignidad contra el cáncer fueron más emotivas: «Ha sido un privilegio estar aquí». Sin duda, fue un privilegio para todos nosotros que su mirada indomable estuviera ahí, entre sueños y leyendas.