La Ópera de París es uno de los cuatro o cinco centros líricos de referencia mundial. De hecho, su evolución se mira con lupa no sólo en Francia, sino también en muchos otros países europeos, entre ellos, España. De París precisamente llega a Madrid Gérard Mortier, tras la frustración de su intento neoyorquino y de la capital francesa ha ocupado su trono un peso pesado de la dirección de escena francesa, Nicolás Joel. El cambio de tercio en la dirección artística ha sido tremendo, sobre todo, en lo que se refiere al concepto de las temporadas, que han girado desde la radicalidad del belga a una visión más pausada y conservadora en el caso de Joel. El nuevo rumbo se inició con una Mireille y ahora le llega el turno a unas triunfales representaciones de Andrea Chénier, de Giordano. Giancarlo del Monaco es el director de escena que saca adelante una producción que se verá más adelante el Real de Madrid. Es el suyo un concepto de la obra monumental. Del Monaco cuenta a Chénier con un halo poético que en ningún momento renuncia a la espectacularidad. Del Monaco narra la historia con fuerza y desgarro. Construye cada rol con eficiencia, delimitando su arquitectura dramatúrgica con precisión y maestría. Es la suya una visión canónica de la misma llena de imaginación y creatividad.

En la función múltiples eran las vinculaciones ovetenses, empezando por la de Giancarlo del Monaco, que se hizo cargo de la gala de entrega de los premios líricos «Teatro Campoamor» hace dos años, y siguiendo por el gran protagonista vocal de la jornada, el tenor Marcelo Álvarez -que el pasado año recogió premio en Oviedo-, en su debut como el poeta al que la Revolución acaba devorando. Álvarez ha hecho un magnífico punto de partida para un rol en el que aún le queda recorrido. Es la suya una versión entregada y va creciendo según avanza la representación. Canta con bravura y vigor, y eso en el verismo es un valor añadido. Maddalena di Coigny estuvo encarnada por la cada día más en alza Micaela Carosi -que protagonizó la última Aida que se realizó en el Campoamor-. Se adapta perfectamente a la vocalidad requerida y su interpretación tuvo mordiente y emoción, especialmente en la célebre La mamma morta. Sensacional el caudal de voz que exhibió Sergei Murzaev como Carlo Gérard, algo infrecuente hoy por hoy en la cuerda de barítonos, y sobresaliente María José Montiel -muy apreciada por el público ovetense en su reciente participación en el Festival de Zarzuela-, que como Madelon obtuvo un gran éxito. Todos ellos lucharon con fuerzas para vencer una dirección musical de Daniel Oren desbocada y de una agresividad tremenda. Hay directores musicales que creen que su trabajo gana en valía si tapan a los cantantes. Curiosa visión esta que algunos tienen de la ópera, sobre todo, cuando se supone que son especialistas en el género.