Impulsado por un viento inequívocamente romántico, Guillermo Simón emprendió en su última muestra individual, hace algo más de año y medio en Gijón, una travesía del horizonte que ahora ahonda y prolonga. Hasta el próximo 19 de enero, el artista maliayés (Villaviciosa, 1968) exhibe en la sala de exposiciones del Colegio Oficial de Abogados de Oviedo (calle Schulz, 5) una selección de dieciocho obras, en su mayor parte de gran formato, en las que enriquece una visión en la que la pasión por la pintura como medio y materia convive con su transfiguración en un medio para capturar lo sublime.

Y lo sublime, en el imaginario de Guillermo Simón, se emparenta con los espacios abiertos de la marina, no sólo por su biografía -asomada al Cantábrico y a la ría de Villaviciosa, a sus reflejos y atardeceres, incluso desde la condición de marinos de algunos de sus antepasados-, sino también por la filiación pictórica de un artista que ha ido ampliando y moviendo el foco de su pintura desde el detalle de los accidentes submarinos y costeros hasta un paisaje de horizontes abiertos de estirpe romántica y nórdica.

No se trata, con todo, de representaciones de marinas reales, sino de trabajadas configuraciones de pintura, a menudo obtenidas mediante la sustracción de materia, en las que Simón ha querido plasmar «las sensaciones que crea un mar de sueños», conforme a una deriva que el propio pintor ha descrito como «un paso de lo espectacular a lo interiorizado».