Creo que fue en el año 2000 cuando Luis G. Iberni comenzó a hablar con insistencia de un jovencísimo pianista chino destinado a convertirse en una de las grandes estrellas de la música clásica. «Se llama Lang Lang, es un intérprete de técnica fabulosa, pero sabe ir más allá, no se queda en el virtuosismo efectista. Si no lo destrozan será uno de los grandes». No paró hasta conseguir que estuviera en Oviedo, en las Jornadas de Piano y lo hizo a lo grande, abriendo la edición de 2005 acompañado por la estupenda Sinfónica de la Radio de Suecia y bajo la dirección de Manfred Honeck. En el auditorio Príncipe Felipe deslumbró interpretando el «Concierto número 2 para piano y orquesta» de Rachmaninov. Tal y como lo describió Luis era, en efecto, un pianista soberbio. Hoy es uno de los músicos más importantes del mundo y una deslumbrante figura mediática.

Oviedo fue una de las primeras ciudades españolas en las que se pudo escuchar a Lang Lang y ahora ha coincidido una nueva visita suya a nuestro país con la publicación en la editorial Alba de su autobiografía, realizada en colaboración con David Ritz y titulada Lang Lang, un viaje de miles de kilómetros. Sorprende que un artista nacido en 1982 sienta la necesidad de trazar un perfil biográfico cuando aún tiene toda la vida por delante. Después de leer este electrizante relato se entiende el porqué de este impulso. Aletea, antes que nada, un deseo de dejar claro que su estatus de estrella no le ha hecho olvidar sus orígenes ni la lucha titánica que emprendió para llegar a alcanzar su sueño, el suyo y el de sus padres. El libro emociona por la sinceridad con la que va contando su vida desde una perspectiva detallista y nada afectada, un hecho que le da más fuerza.

Nacido en la industrial ciudad de Shenyang, Lang Lang es un ejemplo más de la política del hijo único que China instauró a finales de la década de los setenta. Sus padres sufrieron la Revolución Cultural y su padre, músico, percibió el talento de Lang Lang para el piano y en él volcó su vida. Una existencia de renuncias y sacrificio, de una dureza cercana a la tortura y el delirio en la que también tienen enorme peso tanto la renuncia de una madre que debe permanecer lejos de su familia trabajando para mantener viva la esperanza como la de un niño tenaz en un empeño lleno de sufrimientos que tardó mucho tiempo en dar resultados.

Lang Lang narra una infancia centrada en la música, un estímulo que arranca a través de los dibujos animados de Tom y Jerry que con sólo 21 meses ya ejercieron sobre él la necesidad de «tocar el piano cada vez más deprisa». El sistema de competición chino es feroz e inmisericorde, generando enormes expectativas sobre los niños con mayores habilidades en los más diferentes campos. Desde muy niño él sentía que quería expresarse «a través de la música» y con 4 años su padre le busca una «buena profesora», la señora Yafen Zhu, que ejercerá sobre él una influencia benéfica. Al año siguiente ganará ya su primer concurso de piano y cuenta cómo va descubriendo a los grandes compositores desde una perspectiva ingenua y naif, pero de enorme intuición. Horas y horas de estudio en un régimen espartano se complementan con escasísimos momentos para el ocio que se centran en el mundo del cómic y los transformers. A los 7 años pierde un concurso y esto le lleva a tocar con más ímpetu hasta el punto de romper los pedales de su modesto piano.

La determinación paterna le sigue empujando y la familia se divide, marchando su padre con él a Pekín. El objetivo no era otro que entrar en el Conservatorio de la capital, con muy pocas plazas para miles de aspirantes. Las privaciones económicas son inmensas, pese a que «cuando tocaba el piano era feliz», y desde un sórdido suburbio pekinés se forja una batalla durísima con rechazos por parte de algún profesor, envidias y un estallido de violencia por parte de su padre al ver que fracasa el objetivo de convertir a su hijo en el número uno, lo que lleva a Lang Lang a una tremenda depresión y a estar meses sin tocar el piano. Ahí se gesta una relación amor-odio con su progenitor que dejará heridas muy profundas por la exigencia extrema a la que se ve sometido y que percibe como un ahogo vital. Tardarán años en cicatrizar.

Diversas circunstancias le vuelven a acercar al instrumento, pero el proceso seguirá siendo una carrera de obstáculos a través de nuevos profesores y la ansiada entrada en un Conservatorio que pronto se quedará pequeño para su talento. Se cruzan por su vida personajes que ejercen una influencia psicológica importante y que para él suponen un desahogo frente a la rigidez paterna. Luego llegarán nuevos premios, a los 12 años vence un concurso en Alemania y poco después el Concurso Chaikovski de Japón en lo que supone un salto cualitativo importante. Sus padres siguen incansables, piden préstamos para pagar los viajes y la fe de su padre se mantiene intacta en cada avance: «Tu vida no volverá a ser la misma», le dice tras ganar en Japón.