Le retiró de la edición básicamente la salud, pero le parece que en parte también el becerro de oro de la novela gótica, que forjó la estúpida leyenda del lector pasivo. Sueña con un día en el que la caída del hechizo del «best seller» dé paso a la reaparición del lector con talento y se replanteen los términos del contrato moral entre autor y público. Sueña con un día en el que puedan respirar de nuevo los editores literarios, aquellos que se desviven por un lector activo, por un lector lo suficientemente abierto como para comprar un libro y permitir en su mente el dibujo de una conciencia radicalmente diferente de la suya propia. Cree que si se exige talento a un editor literario o a un escritor, debe exigírsele también al lector.

Porque no hay que engañarse: «El viaje de la lectura pasa muchas veces por terrenos difíciles que exigen capacidad de emoción inteligente, deseos de comprender al otro y de acercarse a un lenguaje distinto al de nuestras tiranías cotidianas (...). Las mismas habilidades que se necesitan para escribir se necesitan para leer. Los escritores fallan a los lectores, pero también ocurre al revés y los lectores les fallan a los escritores cuando sólo buscan en éstos la confirmación de que el mundo es como lo ven ellos...» (71). Pero ya nada de eso importa, pues poco se salva del naufragio: «Pronto cumpliré sesenta años. Desde hace dos, me persigue la realidad de la muerte al tiempo que me dedico a observar lo mal que va el mundo. Como dice un amigo, todo se acabó, o se está acabando. No queda otra cosa que una gran masa analfabeta creada deliberadamente por el Poder, una especie de muchedumbre amorfa que nos ha hundido a todos en una mediocridad general. Hay un inmenso malentendido. Y un trágico embrollo de historias góticas y editores puercos, culpables de un monumental desaguisado» (178).

Dublinesca es, en conclusión, muy apropiada para escritores en activo, tan poco dados a reflexionar sobre su oficio precisamente hoy, que se cae a pedazos. Es aconsejable para escritores en ciernes, pues en ella sabrán lo que les espera. Es muy de recomendar a curiosos sobre el mundo literario, sus fastos y mentiras (pleonasmo). Es ejemplar como muestra de que puede avanzarse tan ricamente en la lectura de casi 400 páginas sin necesidad de que muera un personaje en cada una, ni de que lo haga víctima de una conspiración de monjes medievales que buscaban un códice que había robado una chica que vivía en París enamorada de un arqueólogo yanqui a quien tima un cuñado masón que tiene intereses en una multinacional dominada por rosacruces. Da gusto leerla, pena terminarla y angustia al cerrarla. ¿O es que acaso no nos hemos enterado aún de que «la gran masa analfabeta» se ha hecho con el poder gracias al Poder?