Yo nací primero, aunque sólo unos minutos antes, pero siempre ha quedado claro que es Alice quien manda.

Los lectores más jóvenes que adoran las páginas construidas sobre andamiajes góticos están de enhorabuena: ha visto la luz (y las sombras) La profecía de las hermanas (Anaya), primera entrega de una trilogía con la que la neoyorquina Michelle Zink se ha dado a conocer con robusto éxito de ventas. El mercado está por la labor: se buscan historias sombrías, adolescentes rodeados de misterios, amenazas al acecho, peligros emboscados. Aquí, la voz contante la lleva Lia Milthorpe, una chavala de 16 años que descubre ser pieza fundamental de una antigua profecía que le enfrentará a su hermana gemela Alice. Enemigas con la misma sangre. Tragedias marcadas a fuego, secretos tatuados en la memoria y un enigma que resolver, todo ello rebozado en harina gótica con sueños inquietantes, sucesos inexplicables y libros con una sola página escrita: ahí se engendra una profecía de lucha y odio con una finalidad de caos y destrucción. La oscuridad manda en las páginas de una novela que sabe cómo imantar la atención desde el comienzo, con un entierro bajo una tormenta cargado de lóbregas resonancias. Zink opta por darnos la versión de Lia (aunque Alicia sea el personaje más interesante de la novela, quizá por dejarla en la penumbra) en su viaje hacia las sombras: sólo allí encontrará las respuestas que den sentido a su vida... o a su muerte. En el fondo, aunque revestidas de ropajes románticos o terroríficos, lo que subyace es la esencia misma de la adolescencia: dudas, miedos, desconcierto, incomprensión... una aventura iniciática que permita resolver el misterio de la propia identidad en formación y en contacto con un mundo que no entienden, ni les entiende. La novela se las ingenia para mantener en vilo al lector devoto de este tipo de historias, aunque no le hubiera venido mal un adelgazamiento de páginas y pulir algo más algunos quiebros en la trama demasiado obvios, y que quizá se corrijan en las próximas entregas cuando la autora tenga más oficio e igual beneficio. En todo caso, sus mejores bazas son la construcción ajustada e imaginativa de una atmósfera gótica que impregna el relato de tinieblas y temores, y la agria mirada que se dedica a los protagonistas, nada complaciente ni edulcorada. A ver qué (diablos) pasa con la segunda parte.