Gaudete es uno de los libros más singulares e impenetrables de Ted Hughes (1930-1998). El poeta británico trabajó en él durante diez años y tenía la esperanza de convertirlo en una película, razón por la cual el grueso de la obra está estructurado en escenas y consiste en una serie de poemas narrativos en los que, combinando prosa, verso libre y versículo, Hughes suma a la descripción y el detallismo propios del guión cinematográfico un potente sustrato psicológico más afín a la novela que a la poesía. En este extenso y conflictivo (estilísticamente hablando) cuerpo central (novela en verso, guión poetizado) se relata la historia del doble del reverendo Lumb. El Lumb original es llevado al otro mundo por «fuerzas elementales» para realizar «algún trabajo allá» y reaparecerá más adelante en Irlanda, pero, mientras tanto, su duplicado, creado por esas mismas fuerzas a partir de un leño al que «llenan de vida espiritual elemental (?), organiza a las mujeres de su parroquia en una secta, una sociedad de amor», con el propósito de engendrar un mesías.

«El relato narra el último día en la vida del impostor», nos informa Hughes al final del «argumento»; sin embargo, antes de que comience la narración viene un «prólogo», un largo y brutal poema alucinatorio que también empalma prosa y verso libre y que, pese a la relación temática que guarda con la sección central del libro (los motivos del toro blanco y el tronco de roble, la sangre, el doble), podría haber sido publicado sin mayores problemas como pieza exenta; de hecho, da la impresión (pero se trata sólo de eso, de una impresión) de que es el texto más antiguo del conjunto y, quizá, su punto de arranque. A esa impresión contribuye el tratamiento visceral (en el sentido literal de la palabra) que se da a la materia narrativa, que enlaza con la crueldad de Cuervo (1970, 1972), aunque no, en cambio, con su negro sentido del humor, a menos que el lector acostumbre a reírse a carcajadas con el cine gore y las películas de zombies.

De la misma manera, los 45 breves poemas en verso que conforman el «epílogo», mucho más abstractos, enigmáticos y panteístas (pero de un panteísmo bárbaro, crudo, con deidades toscamente talladas en piedra), contrastan fuertemente con todos los que los preceden, lo que nos deja un volumen no ya con tres partes muy diferenciadas, sino con tres libros distintos (o al menos dos) reunidos bajo el mismo título; un título, por cierto, al que sólo se hace referencia una vez a lo largo de las casi 500 páginas de esta edición bilingüe y que en latín quiere decir «Regocíjate». Asimismo, «Gaudete» es el nombre que recibe el tercer domingo de adviento en la liturgia cristiana, por lo que, a tenor de las ambiciones del Lumb impostor, sólo podemos leer la obra como una salvaje ironía, o como una contraposición, sin demasiados matices, de la vida espiritual (el Lumb original, que canta a una vaga diosa de la naturaleza en el «epílogo») y la vida carnal a la que se entrega su duplicado. Pero, incluso así, y tanto en un caso como en el otro, cabe preguntarse si no hubiese sido más provechoso usar una estructura integradora y no una de yuxtaposición, de materiales y estilos diametralmente opuestos, para que el libro pudiera experimentar una verdadera transformación; para que sufriera un proceso, no un salto en el vacío, y después de la extraordinaria pintura psicológica del tramo central, después de revelar la agresión y la luz que, sin mediación divina alguna, proyectan la naturaleza y el clima sobre los personajes, los cantos del verdadero pastor anglicano no nos cogieran a contrapelo, como si un eremita hubiera salido de repente de su cueva para dar a conocer las últimas epifanías de su dios.

La pregunta no tiene respuesta porque Hughes decidió no asimilar su trabajo a ningún género e ignorar todas las reglas. Gaudete es todo lo que se ha dicho hasta ahora que es: guión cinematográfico, novela en verso, secuencia de poemas; pero es, además (o parece ser), un estado de la obra que el poeta tenía entre manos desde mediados de los años 60; mejor dicho, el estado que había alcanzado cuando al fin la publicó en 1977. Aunque también puede que el autor no quisiera resistirse a la tentación de dejar que el lector operara por sí mismo esa transformación, que intentara salvar esa tremenda cesura, casi una falla, dando rienda suelta a su imaginación. En ello confiaba seguramente el hosco y áspero Hughes, que para eso confirió a la poesía, según Derek Walcott, una «dureza insoportable», alimentada por su descarnada visión de las relaciones humanas y la creencia de que éstas dependen de ritos ancestrales que llevan tanto tiempo con nosotros que no pueden ser domesticados por la lógica o la urbanidad.

Todas estas cuestiones hubiesen podido quedar aclaradas en un prólogo que, por desgracia, la editorial no ha creído conveniente adjuntar a la versión (estupenda, pero llena de americanismos) del argentino Juan Elías Tovar; quizá la extensión del volumen desanimó al editor, o la oscuridad del libro al traductor; en cualquier caso, un poeta de la talla de Hughes, y tan poco difundido entre nosotros (el gijonés Jordi Doce vertió su Crow en 1999 para Hiperión), bien lo merecía. Afortunadamente, Gaudete coincide estos días en las librerías españolas con la antología El azor en el páramo, una amplia selección de la poesía del británico a cargo de Xoán Abeleira, que ya vertió, también para la editorial Bartleby, la poesía completa de Sylvia Plath, la primera esposa de Hughes, la suicida favorita de la crítica feminista, que convirtió al hombre que la abandonó por otra mujer (Assia Guttman, que también se suicidó y, además, mató a la hija de ambos) en uno de los peores «canallas» de la literatura. Abeleira traduce 68 poemas de Hughes, uno por cada año que vivió, y se detiene en todos los períodos creativos de su trayectoria, ofreciendo así el perfecto complemento de Gaudete, uno de los momentos más descollantes de ese brillante itinerario poético.