alfonso lópez alfonso

En el poema «Que lo oiga Franco» León Felipe hablaba por sí mismo y por todos los que como él tuvieron que abandonar España a consecuencia de la Guerra Civil cuando le decía «tuya es la hacienda, / la casa, /el caballo / y la pistola. / Mía es la voz antigua de la tierra. / Tú te quedas con todo / y me dejas desnudo y errante por el mundo… / mas yo te dejo mudo…. ¡Mudo! / ¿Y cómo vas a recoger el trigo / y a alimentar el fuego / si yo me llevo la canción?». Pero también hubo algunos que perdiendo casa, hacienda, caballo y pistola se quedaron además mudos. Fue el caso de Luis Álvarez Piñer (Gijón, 1910 - Madrid, 1999), quien el año de centenarios de nacimientos de poetas como Miguel Hernández o Luis Rosales celebra también el suyo.

Pocos casos habrá de un exilio interior tan radical como el de este autor que publicó su primer libro de poemas -Suite alucinada- en 1936 y no verá editado el siguiente hasta 1990, cuando el profesor Juan Manuel Díaz de Guereñu, tras descubrirlo al investigar sobre Juan Larrea, lo anima a dar al público En resumen (1927-1988), antología de una obra poética silenciada voluntariamente durante mucho tiempo y finalmente recompensada con el Premio Nacional de Poesía en 1991. Luego vinieron algunos otros libros, siempre con Guereñu como impulsor, y se sabe que hay más. De momento aparece Recordatorio, que Álvarez Piñer, cogiendo su segundo nombre de pila y el primer apellido de su padre decidió firmar como Ramón Cuesta para distinguirlo de la producción propia y dejar claro el tajo que había supuesto la Guerra Civil en él y en los que como él pasaron por circunstancias parecidas, hasta el punto de considerar que la persona salida de la guerra era otra distinta a la que existía antes de que comenzara el conflicto.

Discípulo de Gerardo Diego en el Instituto Jovellanos, Luis Álvarez Piñer publicó en la revista «Carmen» sus primeros poemas importantes. Al caer Gijón en manos de los sublevados en octubre de 1937 fue conducido al campo de concentración gallego de Camposancos, donde permanecería hasta junio o julio de 1938.

Luego se vería obligado a luchar en el bando franquista hasta el final de la guerra, lo que no le libraría de la constante amenaza de ser detenido mientras desempeñaba su puesto como profesor de literatura de segunda enseñanza en Orense. En 1955 marcha a Madrid y allí, al margen del runrún literario, seguirá trabajando en obras que no da al público, entre ellas las breves prosas que componen Recordatorio, escritas en su mayor parte, como con prolija exhaustividad explica su editor en el prólogo, entre 1937 y 1940, aunque no preparadas en versión definitiva hasta 1988. «Al modo de las tarjetas o impresos que se utilizan para recordar fechas de algún acontecimiento o conmemoración -dice Guereñu-, los textos que lo integran sirven al recuerdo» y, sin embargo, en sentido estricto, no lo narran. Son, más que recuerdos contados, estampas de la derrota: Gijón entrevisto la última tarde antes de la caída, con la gente vagando temerosa y como sonámbula de acá para allá; un compañero que se suicida haciendo estallar una granada y otro que lo hace descerrajándose un tiro en el corazón; la sed de los presos y la ironía trágica de que sean ellos quienes tienen que cavar sus propias fosas; y esa casa final, que es la casa que sus amigos de la alta sociedad orensana le proporcionaban para esconderse cuando las cosas se ponían muy feas. Son estampas de una derrota que se llevó a pobres inocentes como José Antonio Hernández -el «Pequeño Beethoven» de uno de los relatos- o a Lucio, personaje que había perdido la cabeza y se dedicaba a contar sus huestes del mismo modo que los carceleros contaban los presos «para certificar el índice de la victoria. Siempre provisional, ya que la noche, gratuita para el prisionero, esperaba tras de nosotros a que fuéramos contados todos para borrarnos luego y, prestímano celeste, devolvernos luego al alba siempre en otra cifra».

Historia terrible la de Luis Álvarez Piñer, un hombre que en Orense, acostado en su cama, escuchaba silbar muchas madrugadas a su vecino de al lado, otro hombre, que se acicalaba para salir a matar. Pero todos estos relatos valen bastante más por lo que tienen de significativa y valiosa obra literaria que habla de la derrota, de toda derrota, todo abatimiento y todo desconsuelo, que por lo que testimonian.