Cuerpos humanos que caen, arden o estallan, dejados a merced de las fuerzas naturales o abandonados al escrutinio de extraños investigadores; entornos urbanos o domésticos que no son capaces de preservar a sus habitantes de una esencial fragilidad, amenazada por la exuberancia (o la podredumbre) de la naturaleza y por la agresividad de mecanismos ajenos a todo lo orgánico; coreografías compartidas por un cuerpo de mujer, una vegetación en crecimiento y un reloj cuyo giro arrastra el punto de vista del espectador? Las imágenes experimentales de Reynold Reynolds (Alaska, 1966) llevan encasquilladas en sus bucles infinitos desde el pasado día 20, en la sala 1 del Antiguo Instituto Jovellanos, en calidad de invitadas al 48 Festival Internacional de Cine de Gijón en una batería de cuatro instalaciones que encierran una de las más sugestivas muestras artísticas de los últimos meses en Asturias.

El experimentalismo de Reynolds va bastante más allá del de la mayor parte de creadores que estos días exhiben su trabajo en las secciones del certamen gijonés; aunque su sentido de la narración y la planificación y muchas de sus herramientas son plenamente cinematográficas, están integradas en instalaciones que, a su vez, se encuentran al servicio de la exploración de algunas de las obsesiones de su autor: disquisiciones filosóficas en torno al tiempo, la caducidad, la privacidad, la fragilidad de la mente humana y la tenaz resistencia del cuerpo a dejarse reducir a la mecánica? Y, al margen de cualquiera de esas lecturas más sutiles, impactan al espectador con su fuerza y su retorcida y enfermiza belleza, con las que Reynolds aspira a impactar en el subconsciente de quien las contempla.

«Cuatro instalaciones de cine» incluye dos de las piezas de la multipremiada «Trilogía de los secretos» (la impresionante y bellísima «Secret life» y «Secret machine»); «Sugar», la más narrativa y al tiempo la más hermética de las cuatro, y «Seven days till Sunday», una colección de filmaciones en Súper 8 realizada en colaboración con Patrick Jolley en las que Reynolds muestra cuerpos que arden, estallan, yacen o caen de puentes, escaleras o edificios, en escenarios urbanos que no sólo no son capaces de protegerlos de las fuerzas más elementales de la naturaleza, sino que parecen volverse ocasiones para desencadenarlas.

Mucho más amablemente, aunque también más indirectamente cinematográfica es la segunda de las exposiciones que este año ha programado como complemento artístico al programa el certamen que dirige José Luis Cienfuegos. En «Comediénnes françaises» -que se puede visitar antes o después de salir de las proyecciones de los cines Centro, en El Arte de lo Imposible- el cine es, de hecho, el punto de partida mitómano, no el lenguaje artístico empleado por el autor; lo que Adolfo P. Suárez ha hecho ha sido convertir en pintura su devoción por el cine francés mediante dos series: una de paisajes urbanos sin figuras y otra de figuras femeninas sin ningún tipo de paisaje, salvo su propia divina presencia. Los primeros son escenarios parisinos de algunas de las películas que más han cautivado al pintor, minuciosamente transformados en panorámicas personales de la ciudad mediante un dibujo que a la vez respeta y distorsiona; las segundas, algunas de las divas galas predilectas de Adolfo P. Suárez, retratadas en un lenguaje cercano al de la caricatura y el cómic: Isabelle Huppert, Annie Girardot, Jeanne Moreau, Catherine Deneuve, Elodie Bouchez, Emmanuelle Beart, Isabelle Adjani, Nathalie Baye, Natacha Régnier, Juliette Binoche, Fanny Ardant y Emmanuelle Seigner. Para redondear esta «comedie française» pintada, Juanjo Palacios aporta una pieza sonora donde se entrelazan las bandas sonoras de algunas de las películas donde reinaron todas estas diosas del panteón francés.

Javier del Río dejó tras de sí, a pesar de su temprana muerte, una de las obras más personales -y también más variadas y dispersas- del arte asturiano reciente. El pintor gijonés fallecido a los 52 años en abril de 2004 heredó de pintores como Valle o Aurelio una tradición de heterodoxia y esquivez, y cultivó todo tipo de lenguajes y formatos. Por ello es interesante cualquier incursión que aborde con ánimo clarificador y, por así decir, «transversal» el legado de Del Río, al que toda reivindicación y revisión le viene bien. En este caso, y bajo comisariado de Luis Feás, es el ovetense Gran Hotel Regente el que se ha convertido en inopinado escenario para una muestra del artista en la que se propone un hilo conductor entre sus pinturas, esculturas, grabados y dibujos; o, por mejor decir, una línea. Ya que ese elemento es el que, según el comisario, aporta unidad y estructura a todas las disciplinas que Del Río cultivó con su característica pasión creativa. «Javier del Río, en su línea» es el juguetón título de la muestra. Un juego que, sin duda, hubiera hecho gracia al artista gijonés.