El 20 de noviembre de 1910 (7 de noviembre según el calendario ruso juliano), el conde Liev Nikolaievich Tolstoi muere en la perdida estación de ferrocarril de Astápovo, a la que había llegado en compañía de su hija Alejandra y su médico Makoviski, después de abandonar su posesión de Yásnaia Poliana. El conde, que en el último tramo de su vida se propuso redimir a la humanidad y tomarla al paraíso en la tierra, había convertido su hogar en un infierno. Y muere, casualmente, en una estación de ferrocarril, cuando el tren tuvo tanta importancia en sus novelas (Ana Karenina, Sonata a Kreutzer y de manera muy parecida a otro personaje también bienintencionado pero nefasto, Stefan Trofimovich, en Los poseídos, la gran novela profética del siglo XIX y de tal vez toda la literatura, en la que Dostoiewski anuncia el espanto, la violencia, la soberbia y la hipocresía de pretender la rendención de los hombres, que desembocarían en la gran tragedia universal de la revolución rusa y en un régimen implacable de setenta años de terror y despotismo. Tanto Dostoiewki como Tolstoi sabían que la maldad anida en el ser humano, más Tolstoi se negó a reconocerlo, y dedicó sus últimos años a esfuerzos redentores, que incluían la renuncia a la literatura por el sermón y el panfleto, decisión que Henry James considera tan lamentable como monstruosa. Tolstoi había adoptado una retórica y una escenografía de signo humanitarista, nihilista, pacifista, populistas, vegetariano: todos los grandes tópicos de un progresismo lleno de altos fines y palabrería vana. En realidad, Tolstoi, era no menos reaccionario que Dostoiewki. Ambos acudieron a los evangelios como tablas de salvación, aunque los leyeron de manera diferente. De estas lecturas quedaron, entre otras muchas cosas, la piedad de Alisoba de Los hermanos Karamazov y la del capitán Tushin de Guerra y paz. La lectura de Rousseau, en el caso de Tolstoi, tuvo los contrapesos de Arthur Schopenhauer y, sobre todo, de Joseph de Maistre, lo que le evitaron ese colmo que hubiera sido incurrir en Marx. Además, era un gran señor ruso que almenos hasta los cincuenta años de su vida se había comportado como tal, lo que, de por sí, era antídoto suficiente. El gran señor había renunciado a sus bienes, pero los distribuye entre sus hijos; había abandonado la gran literatura que era capaz de hacer, pero se convirtió en un grafómano infatigable y sermoneador incorregible; condenaba la guerra, pero al final de sus días vuelve a un relato abandonado muchos años atrás y escribe Hadzhi-Murat, una de las más hermosas vibrantes y, ¿por qué no decirlo?, alegres novelas de guerra que jamás se han escrito. Y, en fin, vestía como los mujiks, pero sus blusas eran de seda.

¿Debemos aventurar por esto que Tolstoi era un hipócrita, un tonto o un desequilibrado? A los escritores no se los debe juzgar pro su biografía, sino por sus obras, aunque Tolstoi no hizo nada, a lo largo de su vida, por mantener una mínima privacidad. Turgueniev tenía toda la razón cuando la reprocha que hubiera abandonado la literatura por la retórica: «Amigo mío, vuelva usted a su trabajo literario. Ahí está su don, que viene se donde viene todo lo demás. ¡Amigo mío, gran escritor de la tierra rusa, oiga mi ruego!». Resultaba incomprensible y lamentable que el hombre capaz de escribir Guerra y paz, Ana Karenina, Resurección, Los cosacos... se dedicara a exponer ideas generales cuando su arte su fundamentaba en apreciaciones particulares: nadie como él describió los salones de la aristocracia, las «isbas» de los mujiks, los olores del campo, el relincho de los caballos, las briznas de hierba. El XIX fue el gran siglo de la novela. Ninguna supera a Guerra y paz y quizá no haya una sola que la iguale.

Guerra y paz, título que algunos aficionados a buscarle las vueltas a todo suponen sugerido por La guerre et la paix de Proudhon, a quien Tolstoi llegó a conocer personalmente, en realidad resume el mundo de Tolstoi, que se divide, de manera muy evidente, entre las novelas de guerra (Los cosacos, Sebastopol, La tala del bosque, Hadzhi-Murat) y las de paz (Ana Karenina, Sonata a Kreutzer, Felicidad conyugal, Infancia, La muerte de Ivan Illitch, El padre Sergio...). Guerra y paz es un esfuerzo titánico, crónica de las familias Rostov, Bolkonski y Bezujov, entre los años 1805 y 1815, con las guerras napoleónicas como fondo: en sus páginas se mueven 559 personajes individualizados y tardó más de seis años en escribirla: se imprime en 1869. Después de tan extraordinario esfuerzo todavía le sobraban las fuerzas, y prueba de ello es Ana Karenina, que escribió con menos entusiasmo que Guerra y paz.

Podría discutirse si Tolstoi es el gran novelista del siglo XIX; pero existen pocas objeciones a que Guerra y paz es la gran novela. Pese a ser una figura universal, no le concedieron el premio Nobel (tampoco a Zola y a Ibsen) aunque los diez primeros galardones recayeron en mediocridades olvidadas, con la excepción de Kipling. Pero tampoco recibió el de la Paz su semidiscípulo Gandhi, tan aficionado como Tolstoi al exhibicionismo teatral.