El género negro vive días de gloria, que han provocado una saturación del mercado. Parece que se desató la epidemia y todos quieren tocar ese palo. No hay autor novel que no tenga una novela negra inédita. Los veteranos o consagrados realizan incursiones, aunque sea de forma tangencial. Bien es cierto que autores de la talla de Mario Vargas Llosa, William Faulkner, Juan Benet, Eduardo Mendoza, Umberto Eco? y hasta el propio José Luis Borges (bajo seudónimo) irrumpieron en el género y salieron de lo más que airosos. Otros, en cambio, no han demostrado nada más que escribían sobre lo que desconocían y sus textos estaban exentos hasta del más mínimo rigor: revólveres con siete cartuchos; jueces españoles golpeando las mesas de los tribunales con mazos; detectives que saben si un arma está cargada con sólo mirar el percutor; revólveres que expulsan vainas por una ventanilla; procedimientos de investigación y resolución que van en contra de la lógica más elemental; formas de asesinar que no matarían ni moscas? Y un largo etcétera que sonroja al más pintado. Algunos hasta se atreven a decir: «Fue un divertimento. La terminé en un mes». A tenor del resultado, les responderíamos que les hubiesen sobrado veintinueve días y casi todas las páginas.

Por lo anterior, he de decirles que abrí Operación Drácula (Editorial KRK) con cierto temor. Su autora, Pilar Sánchez Vicente, aunque no es una recién llegada y posee en su haber libros de gran calado (La diosa contra Roma, Breve historia de Asturias, Comadres y Gontrodo, la hija de la luna), se había aventurado con una novela negra. Y por el título sospechaba que había mezclado lo policial con el vampirismo, por lo que mis precauciones se incrementaron. Nada más lejos de la realidad.

Mis temores comenzaron a disiparse en las primeras hojas, ya que sus personajes manejaban con soltura la jerga policial. Y nada más llegar a la página 24, me relajé del todo. Si la autora conocía el nombre en clave de la base de datos personales, si sabía la existencia del banco de ADN, si nos mostraba algún deje de los guardaespaldas y de los policías?, eso me indicaba que me encontraba ante una novela documentada y escrita con rigor. A partir de ahí, sólo necesitaba sumergirme en la trama.

La acción se sitúa en las ciudades de Madrid, Toledo, Bucarest y Tulcea, a un ritmo vertiginoso, pues sus 214 páginas son sesenta horas en la vida de los protagonistas. Ese ritmo no hace más que ratificar su documentación, ya que en una investigación criminal el tiempo es oro y el retraso va en contra del investigador. De ahí lo inverosímil de algunas novelas (sobre todo las que nos llegan de los países escandinavos) en la que las investigaciones se alargan en el tiempo y el autor nos sumerge en cuestiones ajenas a la trama.

Los personajes de Operación Drácula se definen a través de los diálogos y la autora prescinde de descripciones cargantes que no aportan nada y sólo despistan al lector. La pareja de policías está bien dibujada, con sus tensiones internas y una carga de sexualidad planeando. Respecto a quién es el asesino, parece que la autora sigue aquel principio de Henning Mankell: «Si por mí fuera, diría quién es el asesino en la primera página». De ahí que el lector conoce desde el principio al asesino y la trama se centra en su localización. La novela le sirve para denunciar la impunidad del crimen organizado cuando se mueve arropado por grandes dosis de dinero, que permiten ocultar el tráfico de armas, de drogas y de seres humanos.

La autora ha cogido las claves del género de inmediato y las ha colocado en una novela trepidante, que se lee casi sin aliento. Hemos de decir que su primera incursión en la novela negra no dejará indiferente a nadie.