Lo que nos trajo hasta aquí fue la casualidad y no la supremacía. «El azar se halla en todas partes en nuestra historia», afirma Clive Finlayson en El sueño de los nenandertales, libro que lleva por subtítulo «Por qué se extinguieron los neandertales y nosotros sobrevivimos» y en el que se ofrecen pistas frescas sobre lo que constituye una de las grandes preguntas de la paleontología. Pregunta intrincada para la que la que hoy sólo tenemos distintas tentativas de respuesta pese a que los neandertales son la especie fósil más estudiada. Y una pregunta que nos encara con lo que pudieron ser los momentos críticos de nuestra propia historia, que provoca el mismo temor sobrevenido que estremece al superviviente al tomar conciencia del peligro vivido. Porque el progresivo conocimiento de la especie extinta con la que convivieron nuestros ancestros nos permite «realizar una autoinspección», apunta Finlayson, quien trata de aportar «una visión de cómo y por qué nosotros estamos hoy aquí y los neandertales desaparecieron».

En El sueño del neandertal domina la atención de su autor por el entorno en el que se desenvolvieron las distintas especies, perspectiva propia de quien estudió ecología evolutiva en Oxford. Pero Finlayson, que excavó en la cueva de Gorham en Gibraltar, el último asentamiento neandertal en la Península y dirige el museo gibraltareño, además de formar parte del Departamento de Antropología de la Universidad de Toronto, huye de las convenciones que dominan la paleontología para ensayar nuevas explicaciones.

Este conocedor del «mundo perdido de los neandertales del Mediterráneo» maneja la idea de que «no siempre fueron los más fuertes y los mejores a la hora de sobrevivir en situaciones particulares los que mejor se desempeñaron en ambiente impredecibles y cambiantes», lo que podría interpretarse como un intento osado de socavar las bases del darwinismo. La pretensión de Finlayson es, sin embargo, mostrar cómo lo que tenemos por leyes generales se ven sujetas a la excepción en circunstancias extraordinarias.

El acceso al agua marcaba las diferencias sociales en la colonia de Gibraltar durante la época victoriana. Las malas condiciones de vida de las clases más populares estaban asociadas a la carencia de este recurso elemental, lo que se traducía en una mayor debilidad de sus miembros y un mayor número de muertes. Sin embargo, en períodos de sequía extrema, quienes peor lo pasaban y donde más bajas se registraban era entre las clases pudientes para las que, en circunstancias normales, el agua era algo a lo que accedían con facilidad. A partir de esta singularidad, de la que dan cuenta los registros sanitarios sanitarios gibraltareños del último tercio del siglo XIX, Finlayson extrapola la noción de que fueron los más débiles, los acostumbrados a la vida extrema, los que salieron adelante cuando el entorno impuso unas condiciones insostenibles a la especie. Y a lo que llama, irónicamente, la «supervivencia del más débil» le atribuye la fuerza de impulsar la evolución humana. Finlayson nos coloca así ante una naturaleza periférica de la humanidad actual. Descendemos de los que habitaban en el límite, forzados a la innovación biológica para «transformar las desventaja en éxito». Así, «la historia humana ha sido un asunto de contigencia y suerte, que conspiraban con los caprichos erráticos del clima y la geología para producir el personaje improbable que es Homo sapiens», afirma Finlayson.

Todo comenzó en África, continente que actuó como «laboratorio natural» en el que «se probó toda una panoplia de ensayos para conseguir simios con éxito». Los resultados de algunos de esos experimentos marcaron el éxito futuro: «Los protohumanos se llevaron consigo dos cosas cuando salieron de los bosques: las capacidades de andar sobre dos piernas y de comer una amplia variedad de alimentos». Al final «sólo chimpancés, gorilas y humanos consiguieron llegar hasta nuestros días». Pero el de nuestro pasado no es un relato lineal. Clive Finlayson insiste en que «como en gran parte de la historia humana, a menudo hubo varias especies coexistiendo al mismo tiempo y la evolución no fue una sucesión clara desde una especie a otra».

Entender lo que ocurrió choca en ocasiones con los esquemas que ha ido construyendo la paleontología. El autor de El sueño del neandertal lamenta: «La aplicación de reglas taxonómicas ha colocado una camisa de fuerza a la comprensión del proceso evolutivo que no reconoce fronteras en el tiempo». No es ésta la única crítica de a su ciencia y apunta a «la aparente necesidad de generalizar a partir de observaciones limitadas y específicas» como «otro de los defectos que parecen acribillar el estudio de la evolución humana».

Clive Finlayson muestra además sus discrepancias con aspectos determinados de la explicación, dominante en la paloentología desde hace dos décadas, de cómo la especie que salió de África hace 50.000 años fue progresivamente sustiuyendo a todas las demás. «Sigo sin estar convencido acerca del absolutismo de la teoría de sustitución», escribe Finlayson para quien «el panorama de las interacciones a través de Eurasia, y en otras partes del viejo mundo era mucho más complicado que el de una simple sustitución de un grupo de gentes por otro».

¿Qué ocurrió entonces con esos neandertales de los que ha quedado abundante presencia en un yacimiento como el de Sidrón, en Piloña? «El neandertal fue una víctima de las circunstancias», explica Finlayson. El suyo no fue un final distinto al de otros. «En el mundo muy inestable del azar y del cambio climático, muchas poblaciones de humanos simplemente desaparecieron». Y aquí llega la paradoja: la magnífica adaptación conseguida jugó en su contra cuando las condiciones del entorno cambiaron de forma drástica. «Muchos años de inversión excesiva en un cuerpo capaz de habérselas con grandes mamíferos tuvo un precio. El castigo fue la incapacidad de sobrevivir donde no había escondites o donde se necesitaban movimientos sobre largas distancias para encontrar rebaños». En cualquier caso, para Finlayson «la extinción fue un larguísimo proceso que agotamiento que se alargó durante milenios».