Interesantes e inquietantes los conjuntos escultóricos que Lidó Rico (Yecla, 1968) tiene instalados en la Capilla de la Trinidad del Museo Barjola, convertida en capilla ardiente, metáfora de la incomunicación, del sufrimiento inominado y, más allá, de la muerte. Todo ello sugerido en pesadillas de escultura, fabulaciones narradas digásmolo algo «shakespeareanamente» por un profeta ciego pero vidente sensible de un horror incierto.

Lidó Rico puede relacionarse probablemente, en su escultura desgarradamente expresiva en la que se suman la angustia existencial, la fatalidad como destino y la crítica social, con las tradiciones de lo que Aguilera Cerni definió como «crónica de la realidad» en los años 60. Y no sólo conceptualmente, creo recordar que fue Javier Hernando quien hizo notar esa relación del artista murciano con las obras de pintores como Canogar y Genovés en la época en la que las figuras de sus personajes salían de los lienzos enfatizando el dramatismo de su condición en lo tridimensional, ya que una de las características de la obra de Lidó es su condición de relieve escultórico, sus figuras y objetos como brotando de la pared, como saliendo de una situación de incomunicación para un encuentro traumático con la realidad.

Sin embargo no es eso lo más significativo, en cuanto a seña de identidad en su trabajo de la creación de este artista sino el hecho de que sea él mismo, su propio cuerpo y en particular su rostro, lo que utiliza como molde, embadurnándose con la pasta escultórica destinada a conformar la obra. Y esa circunstancia, la utilización de su cuerpo como tema significante y testigo a partir del cual proyectar su poética escultórica existencia y sus mensajes críticos y sociales, el cuerpo como material y soporte, le sitúa entre los «artistas corporales» del «body art» y el desdoblamiento que ese proceso supone, al hacer del artista también personaje de la obra, tiene mucho de performance.

Entre las obras de Lidó Rico que podemos ver en la presente muestra figura una gran escultura mural instalada en la pared principal de la capilla y que representa el símbo gráfico del euro, diseñado mediante un abigarrado y turbulento fluido de imágenes surrealistas, sucesión de formas areecimadas en agobiante tensión, objetos diversos, malaveras... pero también el rostro del artista con pasamontañas, máscara de sentido obvio en el ritual del delito y del terror en el revoltijo absurdo del poder y la fugacidad de la vida, una especie de psicoanálisis del euro y sus connotaciones, quizá.

Otra pieza, menos barroca y más sobrecogedoramente hermosa está instalada en el suelo: una espiral, que puede representar el proceso del crecimiento orgánico, formada aquí por una sucesión de blancas calaveras, contenedores a su vez de otras calaveras más pequeñas, como visión apocalíptica, vánitas y naturaleza muerta en escultura. Se le puede ocurrir a uno como inspirada en la famosa «Spiral Jetty», de Roberto Semithson en el gran Lago Salado de Utaht, la monumental obra de land art, muerta y sumergida poco después de su creación y luego vuelta a la superficie cubierta de cristales de sal. Un poema de muerte y resurrección. En resumen, un espectáculo de escultura surrealista figurativa con el desasosiego y la crítica como medio para invitar a la reflexión.