Qué poca gracia les encuentro a las memorias de Harpo Marx, el supuesto mudo arpista de los Hermanos ídem. Es más, no les encuentro ninguna, ni a ellas ni a la espantosa portada con que nos las envuelven. Supongo que se la hallarán los sociólogos o los amantes del fraternal grupo, pues ahí encontrarán no sé qué detalle biográfico que a lo mejor les faltaba. Pero miren que puse de mi parte, miren que soy fácil de conformar con la lectura, y, sin embargo, ese ¡Harpo habla! me pareció una continua, prolija y desmayada protesta contra empresarios, contra las condiciones de trabajo, contra lo dura que es la vida del comediante. Llego a creer que el rizoso Marx no tomó distancia suficiente con lo que contaba o que lo dictó mal a quien se lo haya pasado a limpio. Los diálogos carecen de chispa, las descripciones son malas como la borra, me parece, en definitiva, un abuelo Cebolleta pasando revista a su azarosa vida andante, con bastante de pesadete. Nada que ver, por lo tanto, con los libros de su hermano Groucho, quien, mucho menos atento al dato y mucho más a cachondearse de todo lo que se mueva, nos hace reír, sonreír y carcajear. Bien hubiese hecho, a mi modo de ver, Harpo en quedarse tan callado como en las películas. En definitiva, si alguien busca anécdotas laborales, estampas de la vida en familia y un pensamiento muy plano, acuda a este libro, originalmente publicado en 1962, que ha envejecido muy mal. Los demás, pueden abstenerse.

De 1988 son las cuatro historias que componen Otoño en Madrid hacia 1950, las no memorias de Juan Benet, reeditadas por fin para quienes no tuvieron hasta ahora la oportunidad de gozarlas. Olvídense de que Benet es un pesado, un plomo, un pelmazo, un arrogante, un horror de tío, como sostienen algunos, y acérquense a este extraordinario libro. «Barojiana» es un monumento literario ejemplar (no exagero) sobre cómo se debe recrear una época por escrito: aquellos 50, por ejemplo. Las semblanzas del pintor Caneja (¡qué historia la del sastre anarquista!) y del escritor Martín Santos (el relato de las veladas con las prostitutas antes de que llegaran los señores de Bilbao alegran una tarde de lectura), a trazo fino, buscando el detalle que dé significación al conjunto y elevándolo a categoría son decisivas para cualquier aprendiz de escritor. En el disparate que constituye «El Madrid de Eloy», que de modo tan abrupto termina (fue pubicado por entregas en «El País» y quizá el autor se cansó, como solía), bastan los episodios del DNI envuelto en llamas o del alemán que solo sabe decir en español «generalmente el gato» para saborear cómo se cuenta una anécdota.

Es un libro que se acerca al Benet oral, al muy divertido Benet oral, la palmaria prueba de que escribía como le daba la gana, tocando la campana de la literatura profunda cuando lo deseaba, yendo a la procesión de la captura de lo fugaz si venía bien. Comparen los dos libros aquí comentados: ¿quién es el pesado, el plomo, el pelmazo? quién el fiel reflejo de una época?