Hace un par de años, Chu-Hui Ying, profesora de arte en la Myers School de Akron (Ohio), tuvo una original idea como aportación de su centro a un congreso profesional de arte gráfico en Chicago: invitar a creadores de diversos puntos de los Estados Unidos a realizar una minúscula tirada -cinco ejemplares- de un libro de artista igualmente minúsculo. Esas eran las únicas condiciones; el resto quedaba a la elección de los autores. Ella misma cuenta que, cuando abrió «como quien abre su regalo de Navidad» la caja donde se le remitieron aquellas minúsculas ediciones de artista, comprendió que su iniciativa había ido mucho más allá de lo que esperaba. Pero no sabía cuánto. A la calidad y la variedad de los trabajos recibidos desde su propio país, se sumó también pronto la difusión que acabó tomando aquella feliz idea, que había bautizado ingeniosamente como «Monumental Ideas in Miniature Books» (MIMB); la cosa se desbordó de tal manera que MIMB se ha convertido en el festín de creatividad en pequeños bocados que puede disfrutarse en la sala de exposiciones de la Escuela de Arte de Oviedo hasta el 10 de febrero: una colectiva que reúne una peculiarísima «biblioteca» de casi 150 ejemplares firmados por artistas gráficos internacionales que itinera sine die a lo ancho del planeta y que sigue creciendo con aportaciones como la de los 16 artistas que le han sumado a sus obras a su paso por Asturias.

Más allá del pintoresquismo de su formato liliputiense, las obras de MIMB constituyen todo un alegato a favor de la intensidad de lo exiguo en la era del arte-espectáculo. Y más que eso: a base de concentrar grandes ideas y emociones en minúsculos formatos, la muestra parece concebida para concentrar también la atención del espectador en lugar de limitarse a anonadarlo o aplastarlo. Su estrategia es la opuesta; afilar mediante esa estrategia de jibarización de la creatividad el sentido de la maravilla y las capacidades perceptivas de quien se acerca a ella, desde lo más inmediatamente sensorial hasta lo más sutilmente interpretativo. Una pena que, por comprensibles razones de preservación de estos delicados ejemplares, la mirada tenga que hacer también el trabajo del tacto, y el espectador se quede sin poder hacer lo que, frente a un libro bien editado, colma tanto como leerlo: acariciarlo, olerlo, manipularlo.

El visitante se encuentra, así, con un montaje que presenta los pequeños libros de artista encerrados en cilindros de cristal que hacen pensar, a veces, en cápsulas con mensajes lanzados desde de otro planeta: mensajes poéticos, ocurrentes, críticos o crípticos, pero siempre fascinantes, cifrados mediante todas las técnicas de reproducción gráfica, todos los materiales y todos los procedimientos imaginables. Los libritos se despliegan, se repliegan, se transforman en esculturas, en contenedores, en frisos narrativos, en objetos distintos sin dejar de ser libros; han sido horadados y troquelados, convertidos en cosas traslúcidas, incluso transparentes, o comple+tamente indescifrables y soportado todo tipo de técnicas de estampación para demostrar hasta qué punto el nombre de la exposición puede llegar a ser atinado. Una demostración a la que han sumado sus respectivas proposiciones los artistas asturianos Isabel Cuadrado, Fernanda Álvarez, Paco Nadie, Dora Ferrero, Lara + Coto, Ricardo Mojardín, María Álvarez, Maite Centol, Pablo Maojo, Carlos Coronas, Pablo de Lillo, Fernando Redruello, Elisa Torreira, Breza Cecchini, Marta Fermín y Francisco Velasco.

Casariego en las ciudades

Quienes hayan descubierto en los últimos años en sus exposiciones o en internet (www.carloscasariego.com y en su blog) el trabajo como fotógrafo artístico de Carlos Casariego (Oviedo, 1952) sabrán del exquisito equilibrio entre la sensibilidad pictórica, el sentido del objeto arquitectónico y la depuración técnica que concentra cada una de sus imágenes urbanas. Quienes no lo hayan hecho, tienen una excelente oportunidad de acercarse al trabajo de Casariego en «La Habana-Nueva York-Gijón», muestra que recopila en la sala 1 del Centro de Cultura Antiguo Instituto las tres series urbanas que el fotógrafo ovetense afincado en Gijón ha dedicado en los tres últimos años a las ciudades que se enlazan en el título.

El espíritu es el mismo en todas ellas: la atención extremada a las cualidades del objeto urbano, inmerso en su atmósfera y considerado como objeto plástico. El objetivo selecciona y secciona partes del gran cuerpo de la ciudad y las convierte en motivos artísticamente relevantes por sí mismos, obsesionado por el capturar el modo en que el encuadre y la luz revelan los valores de su geometría, sus colores, o su textura pero sin llegar a enajenarlos del todo; es decir, sigue permitiendo al espectador que identifique lo fotografiado -una fachada, una calle, un detalle arquitectónico, un edificio célebre, un paisaje urbano entero- como lo que realmente es. En ese sentido, la obra de Casariego, además de la rotundidad de su presencia, emite una sutil invitación a descubrir que cada ciudad encierra un tesoro de sensaciones plásticas por descubrir.

También la propia. Lo podrán comprobar, en particular, los espectadores gijoneses a través de la selección de imágenes de la ciudad que Casariego ha realizado para el libro de reciente aparición «Viajero en Gijón»: un espléndido trabajo de relectura de una ciudad que evita todo tópico desde el ojo sabio y bien entrenado de un forastero.