Pocas veces tenemos la oportunidad en la actual literatura española de abrir un libro que nos instale en la intemporalidad. Mediatizados unas veces por ejercicios de estilo que parecen flotar en el aire y otras por versiones, revisiones y diversiones en torno a un cercano pasado sociopolítico, la lengua literaria se ha convertido poco menos que en un dialecto del cual se desvían como chispas de soldadura libros individualistas que van dejando pequeñas mellas en la chapa. Libros que se apartan del camino y avanzan por lo no segado, por donde el aire adquiere peso.

Perros en la playa es uno de esos libros. Intemporal porque su factura procede del mundo virtual, se trata del material acumulado durante seis años en un blog personal del autor (http://jordidoce.blogspot.com/), y podría haberse facturado en la Ilustración, incluso mucho antes, cuando no existía el concepto de libro como entidad unitaria. Precisamente por ello, Perros en la playa es un libro verdaderamente posmoderno. Porque desde su planteamiento formal establece un puente entre el pasado y el futuro. Porque utiliza la fragmentación no ya como modelo de discurso sino como forma de respirar, es decir, como ritmo interno. También porque reflexiona sobre la escritura misma y se revela en conjunto como un banco de pruebas donde la literatura nos da muestra de sus posibilidades. Desde unos cimientos clásicos como el aforismo, el poema, la greguería, la nota confesional y el microrrelato, el elemento posmodernista que se alza de todo ello se relativiza como una más de sus posibles lecturas, sin consignas previas totalizadoras. Y más allá del posmodernismo como etiqueta, o sea, instalado de pleno derecho en lo moderno y en la modernidad, nos muestra que la literatura, por encima de la caducidad de los géneros literarios o de los sucesivos formatos que le sirvan de soporte, está en permanente evolución.

También el proyecto que culmina en Perros en la playa es fruto de una evolución. Empieza donde se cerraba el libro de fragmentos y aforismos titulado Hormigas blancas. Notas 1992-2003 (Bartleby Editores) publicado en 2006. El tránsito de uno a otro no resulta valorable en términos de acumulación, de vida acumulada, de experiencia, etc., sino del poso que esa vida acumulada ha dejado en la conciencia, en la mirada y en los cuadernos del autor. También en su forma de andar y en su imaginación. La escritura se ha ido convirtiendo durante ese tránsito en una forma de defender la intimidad, un acto en defensa propia, una indagación obsesiva, sin el adjetivo se empobrecería de tal modo que no alcanzaría para la literatura, en las circunstancias propias. Esto no significa que nos vayamos a caer por el agujero de un ombligo. Precisamente el ritmo interno que sustenta la fragmentación y la diversidad de modelos de escritura que se ensayan generan un distanciamiento de la conciencia, como si esta se separara del cuerpo para dejar que corra el aire e incluir a ambos, aire y cuerpo, como objetos de encuadre en movimiento. Siempre hay figura con paisaje en las notas personales. Siempre hay travesías, paseos, intercambios, gestos. Parques y aceras. Una hija. Luz natural. Auriculares. Experiencia discontinua.

Ambas, experiencia y escritura, se reflejan una a la otra en esa discontinuidad fomentada por el cuaderno como herramienta de trabajo. Un blog que se concibe a la vez como depositario y como técnica para abrir espacio a lo diverso. Un espacio de taller en el que el escritor trabaja con soltura distintas formas de componer, liberado del compromiso y de la convención, de modo que el acento recae no tanto en la resolución sino en el propio movimiento del proceso de escritura, ensayando distintas variantes, cada cual enlazada de algún modo a la anterior, por lo que resulta muy interesante leerlo también como narración fragmentada en la que el resultado es una especie de zoco personal, un espacio de habla que rompe con las convenciones y que por ello resulta más fluido, más lleno de matices.

La intensa experiencia de realidad que he tenido leyendo este libro puede que se deba a alguna de estas cosas, o puede que se deba precisamente a todo lo que late más allá de su explicación y permanece allí dentro. Digamos entonces que Perros en la playa es el libro de un escritor. El conjunto del trabajo. Al igual que Baroni: un viaje del argentino Sergio Chejfec, libro que leí a la vez que Perros en la playa, ambos diferentes modos de vagamundeo, la prueba de que la literatura en lengua española también está en permanente evolución. Es cuestión de buscar bien.