Tal vez era el momento de detenerse y reflexionar sobre las razones por las que el género negro se ha convertido en un referente de la realidad y ha alcanzado esas cuotas de éxito y ventas que tiene en todo el mundo. Eso es lo que Mariano Sánchez Soler ha hecho en Anatomía del crimen (ed. Reino de Cordelia), en un ensayo que se inicia con las claves del género, regresa a los pioneros, pasa revista al cine y su relación con la novela y cierra con ese fenómeno en la cinematografía y la novelística española. Una guía seria y rigurosa -no como otras en el mercado, que sus autores han de firmar con seudónimo por vergüenza torera- sobre la novela y el cine negros. Y la clausura con una cita de José Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, que bien podía haber abierto el trabajo, al ser el verdadero motivo del mismo: «Ciertos críticos niegan al género policial la jerarquía que le corresponde solamente porque le falta el prestigio del tedio?».

El libro abre con un polémico capítulo: «Cómo se escribe una novela negra». Es un decálogo -como si fueran los Diez Mandamientos- de las claves que un escritor no debe transgredir si quiere que su obra se ciña al género. Y digo lo de polémico, pues muchas obras consideradas clásicas no lo han respetado y sin embargo se consideran un referente. Sirva como ejemplo El asesinato de Roger Ackroyd de Agatha Christie, que descaradamente incumple la regla décima de «nada de trampas». Podríamos citar más casos, pero nos limitaremos a defender que esos diez puntos no hay que imaginarlos como infranqueables, sino como tendencias.

A continuación, el autor nos muestra cómo la novela-enigma, de habitación cerrada, se transforma en novela negra en los tiempos de la Gran Depresión. La mejor forma de ilustrarlo es con aquellas palabras de Raymond Chandler a propósito de Dashiell Hammett: «Saca el crimen del jarrón veneciano y baja la novela de misterio a la calle». Luego nos dará un viaje de la mano de Phillipe Marlowe y sus claves por las novelas y sus adaptaciones cinematográficas para desembarcar en el siempre infernal Jim Thompson y sus novelas fetiche: 1280 almas y El asesino dentro de mí.

Después detendrá sus pasos en el que llama el Balzac de Harlem, Cherter Himes -que por cierto, vivió sus últimos años y murió en España, concretamente en Alicante-, y el «registro de los discursos de la negritud recluida en Harlem». La inclusión del humor en la novela negra de la mano de Donald Westlake y el análisis de la originalidad de las obras de Samuel Fuller y Ed McBain cierran un bloque en el libro para abrirse al cine negro y su definición. Mención especial merece su análisis de la película La caja 507, que considera un punto de inflexión ascendente del cine negro español.

Completan el ensayo las referencias a los pioneros del género en España: Mario Lacruz con el Inocente (1953) y Tomás Salvador con El charco (1953). Y antes de lanzarse a los escritores más conocidos de la novela negra actual, Mariano Sánchez realiza una parada en el que considera uno de los mejores escritores de la novela negra española y que no ha sido valorado lo suficiente: Francisco García Pavón.

La nómina de esta guía concluye con Andreu Martín y su realismo, Francisco González Ledesma y sus calles, Manuel Vázquez Montalbán y su magisterio y una relación de autores que han surgido en el panorama nacional con otras maneras de entender lo negro y con «una memoria sentimental distinta, que vuelven al enigma, al mestizaje, al juego metaliterario, y que olvidan o minimizan la denuncia, la capacidad reveladora de la ficción literaria como herramienta de conocimiento social» (pag. 183).

Al final de Anatomía del crimen nos queda un sugerente análisis de la historia de la ficción criminal, una bibliografía extensa que hace de este libro algo imprescindible para entender el género y seguirle la pista a lo largo del siglo pasado y una conclusión que es denominador común en los escritores y guionistas de lo negro: «nos permite contar historias desde el mismísimo infierno» (pag. 184).

Pasados ya los setenta, Antonio Martínez Sarrión, el que fuera «novísimo» en aquella mítica selección poética nacional que editara Castellet, el que fuera conocido como «El Moderno» en la tertulia de Juan Benet, nos entrega su tercer dietario, tras Cargar la suerte y Esquirlas, que comprende los apuntes, gruñidos, bromas, reflexiones y notas varias que al magín se le vinieron durante la década 2000-2010. Aunque frecuento este tipo de libros en razón inversamente proporcional a la que lo hace el admirado García Martín, me acerco al de AMS por antigua afinidad amical y, sobre todo, porque me gusta su descaro, propio de un señor ya tan mayor al que lo políticamente correcto se le da una higa; lo conveniente, un pepino; y lo útil, cualquier otro producto hortelano. Es decir, un tipo que ha llegado a la juventud, desembarazado por fin de las tonterías de la edad meritoria. Tan joven es por ser tan mayor que sigue fiel al surrealismo («La mediocridad de nuestro universo ¿no dependerá esencialmente de nuestras capacitades de enunciación?»), cita de André Breton) y a su Valle-Inclán y a su Sánchez Ferlosio («No despreciéis el poder de la fealdad, porque es la puerta de la estupidez, y ésta a su vez lo es de la maldad», cita del maestro), e infiel a sus otrora cercanos Félix de Azúa o Fernando Savater, por ejemplo.

Hay en el libro confidencias premonitorias: el «hormigueo en los dedos de las manos» (pág. 101), la desazón que sufre horas antes de aquella matanza de abogados laboralistas en Atocha. Hay titulares de periódico escogidos con el tino de AMS para detectar la memez humana. Hay mucho Quevedo: por favor, lean ustedes en posición de firmes el trozo quevediano que se cita en la página 81 y compárenlo con cualquier enunciado de los que perpetran hoy los sedicentes hablantes de español, y así me darán parabienes sobre mis desvelos idiomáticos. Hay crítica literaria, digámoslo así: sobre Francisco Umbral, por ejemplo, «dandi hortera y bochornoso», «analfabeto, vociferante, desagradable», «escracho humano», «'bluf' de las letras», «miserable lacayo» de Cela. Hay sucedidos de espanto: el suicida del camión frigorífico (p. 163). Odio al teléfono móvil, a la tele, muchos versos, mucho cine europeo? y mucha opinión política: desde llamar «criptofranquista» al partido de Rosa Díez, a hablar del «unitarismo estúpido» de varios barones «sociatas» o sintetizar al Mariano Rajoy de 2004 de unas maneras que pocos cargos públicos, homenajes subvencionados u otras prebendas le van a procurar a AMS hoy: «Jamás, jamás en toda mi vida tuve una más intensa vivencia de lo que es el punto supremo de lo torvo, lo lúgubre, clerical y servil», rematando con que prefiere a Aznar («reaccionario feroz, mentiroso, taimado y chulo») a la «repulsiva ranciedad» de su lacayo Rajoy. Lo lleva claro, pues, Sarrión. Menos mal que confiesa: «A mis años, y en todos los ámbitos, no estoy ya para descubrimientos, aunque alguno haya, sino para recapitulaciones». Esto es lo que hay: quien lo quiera que lo compre.