M. S. MARQUÉS

Si hay alguien que conozca en profundidad la realidad del campo asturiano y con ella la aguda crisis que atraviesa la sociedad rural es el antropólogo Adolfo García Martínez. Autor de numerosos estudios y publicaciones sobre la cultura tradicional y profesor de Antropología de la UNED, García Martínez presenta hoy , a las siete y media de la tarde, en el RIDEA, «Antropología de Asturias II. El cambio: la imagen invertida del otro», donde analiza las razones de la transformación de la sociedad tradicional y sus consecuencias para finalizar exponiendo algunas reflexiones y propuestas orientadas a recuperar lo más valioso de nuestra cultura.

-Recientemente, supimos que 15.000 asturianos dejan cada año el campo para establecerse en poblaciones del centro.

-No cuento los que se marchan, pero recorro mucho Asturias en coche y a pie y veo que cada mes una casa se cierra y un pueblo más se deshabita. Es un movimiento que se inicia en los años sesenta del siglo XX sin que hasta ahora se haya encontrado una fórmula de fijar población, es decir, que comience a haber matrimonios y nacimientos y no sólo entierros.

-¿Tiene explicación una huida tan masiva?

-Intento ver dónde están las raíces para tratar de aportar alguna propuesta. La sociedad rural se rompe por dentro, llega un momento en que los mecanismos que durante siglos funcionaron para mantener la continuidad de la población rural entran en crisis, lo que denomino proceso de enculturación. En la sociedad tradicional los agentes eran la gente mayor y, particularmente, la mujer, la abuela; los contenidos eran la tradición y los medios, la palabra. Pero esa estructura sólida que es la familia, en la que se apoya la sociedad rural, se rompe desde dentro.

-¿Qué papel juega la mujer en esa crisis?

-Una de las causas de la ruptura de ese círculo perfecto es el abandono de la mujer. La relación madre-hija es capital para entender la crisis de esta sociedad. Las mujeres, sometidas durante generaciones a un patriarcado tremendo, a un machismo terrible, sufren mucho para llegar de nuera a ama de su propia casa. Frente a eso la madre va proyectando en sus hijas un nuevo modelo de vida y de familia que es inalcanzable en el medio rural. El rechazo a una vida penosa en el campo lleva a las hijas a buscar un trabajo en la ciudad. Pero con esta salida no sólo huyen las hijas, también lo hacen sus potenciales nueras y condenan a sus hijos a la soltería, por tanto, la crisis de la vida social genera crisis biológica, la doble vida. Al no haber filtros, ni mecanismos de defensa, la sociedad rural queda a merced de lo que llega de fuera, a merced de los cantos de sirena que defienden la vida en la ciudad.

-¿Qué importancia tiene la economía en el abandono del campo?

-La despoblación se inicia con una ruptura interior, no es una causa económica, son más bien aspectos de tipo sociológico. Al mundo rural le roban su propia historia diciéndoles que su cultura es marginal, que es subdesarrollo. Se sacrifica una forma de vida en nombre del progreso.

-¿La difícil coyuntura económica puede impulsar el retorno?

-Hubo ayuntamientos que ofrecieron casa y tierras, pero hay muchos problemas. Para vivir en el medio rural de la agricultura y la ganadería hay que tener una infraestructura importante y hay que saber mucho. Un urbanita desconoce cuándo se planta un ajo o cuándo una vaca está en celo, no sabe cuándo se corta la madera, ni injertar un árbol. No sabe nada de interpretar fenómenos meteorológicos... es una sabiduría que hoy no se tiene. La gente del campo encomendó la educación de sus hijos a instancias exteriores porque no se sentía capaz de formar a sus hijos para lo exterior, que era lo bueno, lo que atrae. La escuela fue uno de los mecanismos más potentes de «desruralización» porque la gente del campo empezó a dudar si valdría la pena transmitir su forma de vida a sus hijos.

-Algunos matrimonios jóvenes han decidido apostar por el mundo rural.

-Hay algunos, pero ya es con una economía mixta, diversificada. A lo largo de varias décadas he visto cómo cambian las familias y en las que quedan uno de los dos trabaja en algo ajeno a la casería. Hay que tratar de que la mujer tenga un protagonismo, una actividad, bien como dueña de la casería u otro trabajo fuera. Será una forma de fijar población, pero con familias que viven dentro, de ahí tiene que venir la recuperación. Los propios matrimonios que han resistido pueden ser la célula, el fermento.

-¿Falta apoyo de las administraciones?

-Es muy complejo porque el patrimonio rural tiene dos dimensiones: ecológico y cultural. No se puede conservar uno sin el otro. No se puede recuperar el ecológico sin recuperar el cultural y al autor de ese patrimonio, olvidado en nombre de un conservacionismo estúpido y vacío, como pasó con los parques naturales desde el marqués de Villaviciosa. Se quiso expulsar a los pastores de los Picos de Europa para conservar ese paisaje natural para el turista y el visitante olvidando que es obra de ese pastor. No hay turismo sin ecología y no hay ecología sin campesino.

-¿Asturias corre riesgo de perder su identidad?

-La identidad de un pueblo no está en las ciudades, que son todas iguales, está en esas raíces profundas que nos hemos empeñado en extirpar, precisamente por la asociación de cultura tradicional y subdesarrollo. Al mundo rural le robaron la historia desprestigiándola.