Los 36.000 dólares del título de este opúsculo eran una verdadera pasta. Incluso en la época en que Scott Fitzgerald era Scott Fitzgerald. O sea, que la razón del título no es más que un chiste. Un chiste de ricos, eso sí? Los chistes de ricos, usualmente, hacen gracia a los ricos, que se imaginan pobres. Los pobres. La editorial Gallo Nero ha optado por las «delicatesen» y esta del norteamericano es una de las buenas: dos artículos del cronista de la era del Jazz y un reportaje sobre su declaración de la renta. Los haberes y los debes en principio no deberían tener nada que ver con la literatura. Pero es que se trata de Scott Fitzgerald: escritor profesional, cuentista de éxito, bohemio y soñador.

El artículo que da título al opúsculo se publicó por vez primera en «The Saturday Evening Post», el 5 de abril de 1924. Scott Fitzgerald había dejado los circuitos clandestinos de la literatura (los holló poco tiempo, todo hay que decirlo). Entonces el novelista se acababa de casar con Zelda Fitzgerald, su sombra en la vida y en la literatura, y hacía sólo un par de años que se había quitado el sombrero al presentar Al otro lado del paraíso, su primera novela. Desde su boda (noviembre de 1923) y hasta abril del año siguiente produjo ocho cuentos que le dieron 17.000 dólares. Scott Fitzgerald fue siempre un escritor bien pagado. Y, sin embargo, no era todo lo feliz que hubiera deseado. Fitzgerald se tenía por un gran novelista: los cuentos eran pecados de realidad. En la mayor parte de las ocasiones (Eterna Cadencia acaba de reeditar El precio era alto: cuentos alimenticios que Fitzgerald nunca recopiló) consideraba que aquellos relatos eran fruto forzoso de la obligación de pagar las deudas que generó la buena vida que trató siempre de llevar en Nueva York, en la costa Azul o en París. Había que pagar las noches alegres en locales alcohólicos, tenía que abonar la nómina de su servicio doméstico: criados, niñera? Zelda y Scott no se privaron de nada. De ahí el chiste de los 36.000 dólares.

Es cierto -y en «Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año» se da cuenta de ello- que el balance contable del matrimonio Fitzgerald tenía los mismos altibajos que una montaña rusa. O sea, cuando eran ricos, eran muy ricos. Cuando, por el contrario, se ahogaban en deudas, esas deudas se agigantaban y apenas dejaban respirar. Zelda explica esta despreocupación por el dinero en una frase que le adjudica su marido: «-No nos queda dinero -repitió con calma, y echamos a andar por la avenida en una especie de trance-. Bueno, pues vámonos a ver una peli» (p.14). Zelda no siempre se mostró como una manirrota. En una ocasión le propone a su esposo empezar a ahorrar. Fitzgerald le dice: «No podemos, somos demasiado pobres para ahorrar». El lujo del ahorro.

Pero no todo en este librín es desprendimiento. William J. Quirk analiza los dos artículos pecuniarios de Fitzgerald en el epílogo y concluye que este «no creía que a más vendedores, más competencia (?) consideraba que cuantos más vendedores hubiese más subían ellos los precios para sobrevivir a toda costa». Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año es un manual para internarse por el camino explorado de la vida de Fitzgerald, uno de los más grandes escritores del siglo XX, uno de los responsables del dibujo final que dejó la centuria. Autor de novelas elevadas que vuelven a la actualidad como El gran Gatsby, de nuevo reeditada, o como El último magnate, vuelta a traducir.