El siempre imprevisible Milo J. Krmpotic (Sorbed mi sexo, Las tres balas de Boris Bardin) se saca ahora de la manga ancha de su imaginación una Historia de una gárgola. Hay que tener mucho valor para contar la historia de una gárgola que cobra vida gracias a un oportuno rayo, cual monstruo de Frankenstein arrancado de una inmovilidad eterna. Valor para atreverse y talento para que la historia funcione y posea el aliento poético y el pálpito de humor necesarios para que las páginas vibren tormentosamente.

Un texto que para el autor es «fantástico y cercano al espíritu de los cuentos de hadas», que nació orientado al público juvenil. «Pero, a la vez, dadas las ambigüedades del personaje y las posibilidades de la historia, fue creciendo en términos progresivamente adultos. Menos mal que el crossover está de moda...». ¿A qué género la podemos mandar? «Yo la calificaría de comedia gótica-apocalíptica con catedral de fondo y gárgola en (constante) primer plano». ¿Cómo rayos (con perdón) se mete uno en la cabeza de una gárgola? «Pues no lo sé. Yo me metí en la cabeza de una gárgola que siento muy mía. Pero en realidad es un territorio virgen, nadie sabe cómo piensan o sienten o actúan las gárgolas. Complicado es meterse en la cabeza de Pollock o Hitler o Maradona. Aquí se partía de cero y lo agradecí».

¿Qué predomina, el terror, el humor, el amor, el dolor...? «Pues una mezcla de todos esos elementos, en dosis y equilibrios torcidos como los que sólo una gárgola puede generar».

Han pasado tantos años desde que esculpió la primera palabra «que ya no recuerdo si lo comencé a escribir tras comprarme una gárgola-souvenir en Notre-Dame o si me compré la gárgola-souvenir tras comenzar a escribir. El caso es que, como buen fan de Batman, me atraían las posibilidades dramáticas de una criatura de las tinieblas ligada a un ámbito tan positivo y luminoso como, para el caso, una catedral. Y, al ambientarla en París, ciudad que me fascina (a mí y a media humanidad), los principales referentes artísticos y literarios y musicales tienen cameos o son mencionados dentro de la obra: desde Victor Hugo hasta Jacques Brel pasando por Toulouse-Lautrec y Cantona. Por último, al haberla reescrito cuatro o cinco veces en once años, he podido añadir anécdotas históricas o detalles que iba conociendo por mis viajes o fruto de la casualidad: que si las reliquias de la catedral de Brujas, que si los diferentes nombres del Diablo, que si los cuatro elementos hebraicos... Vamos, que espero que haya quedado apañadita». Más que apañadita, diría yo.