La vida cotidiana carga con la historia. Sobre estos cimientos el ensayista Bill Bryson (Des Moines, Estados Unidos, 1951) levantó En casa. Una breve historia de la vida privada (RBA, 2011), un libro como una catedral. Se metió de hoz y coz en la historia natural y salió Una breve historia de casi todo, se sumergió en la vida y en la poesía del bardo de Stratford-upon-Avon y cuando tomó aire tenía delante de sus ojos Shakespeare. Le dio por viajar por su tierra y se hizo grande con Menuda América. Bill Bryson sabe de todo o, por ser más precisos, sabe contarlo todo. Bryson se va al principio de los tiempos y de la Edad de Piedra extrae una aventura, una ambición, pasado, espejo de un millar de años. La historia es el relato de los tiempos pretéritos y en los tiempos pretéritos -es justo y necesario- residen las raíces del presente habitual. O sea, como hubiera podido decir Cicerón: «Quien desconoce su pasado está condenado a repetirlo».

Bryson se presenta ahora con otra de sus «breves historias» (esta tiene 670 páginas) y compone el relato del tiempo compuesto entre las cuatro paredes de una casa rectoral en North Yorkshire, en el Reino Unido. Bryson es un sabio muy familiar y hasta las tierras rayanas con Escocia se trasladó con su mujer y sus cuatro hijos y desde allí se dedicó a explicar de qué va el mundo. Ofreció instrucciones de uso a legos y los legos, al final de sus libros, parecían doctos. Así se lo monta Bryson: escribe sobre el ingeniero que ideó el palacio de Cristal de la Exposición Universal de Londres o sobre el primer «arqueólogo» a su modo que se asustó cuando contempló restos humanos junto a huesos extinguidos. Y es que el siglo XIX tenía un pie embarrado en una historia universal escrita en versículos sacros.

«En casa» pretende ser una «una historia de la vida privada», pero se limita a ser «una historia de la vida privada en el Reino Unido y en los Estados Unidos». Vale que Bryson sabe de todo, pero de todo lo que sucede o sucedió en cualquiera de sus dos patrias (en la casa rectoral vivió durante cerca de dos décadas) pero también es normal que echemos en falta una pizca castiza de historia ibérica. Por un aquel de sufrir en nuestras propias carnes las virtudes de la catarsis aristotélica (los ensayos, como las tragedias, tienen que ser, obligadamente, catárticos). Pero esta carencia no ensombrece las virtudes de En casa. ¿Quién inventó los christmas? ¿Quién diseñó el primer parque público? ¿Y el cortacésped? Todas estas preguntas encuentran respuesta en el último libro de Bryson. Esas y otras más: como la relación que existe entre la luz eléctrica y el fomento de la lectura. Cosas evidentes si uno sigue el hilo marcado por Bryson. Y es que el ensayista conecta historias con la sabiduría del divulgador talentudo. Y amarra al lector a cada una de sus páginas escritas. Queremos tanto a Bryson que sus «breves historias» se nos quedan siempre pequeñas. Y es una pena.