El 12 de abril de 1918, Josep Pla escribió en El quadern gris que el dinero era un drama enorme y general de este mundo, a propósito de una lectura de Víctor Català sobre los payeses del Ampurdán. Hoy es 12 de abril de 2012 y el drama del dinero está referido más que nunca al mundo, aunque se mueva dramáticamente en pequeños espacios domésticos. A veces me da por leer la prosa limpia de El cuaderno gris por primavera; no me pregunten por qué he elegido esta fecha, pero así es.

El dietario es la soledad del individuo ante el derrumbamiento de las cosas: la escritura de lo inmediato. Jean-François Revel dejó escrito en su Diario de fin de siglo una oportuna e inteligente reflexión sobre el valor de la verdad el día en que se acababa la centuria pasada. «Mientras se eternicen en el debate público la traición a la verdad, la negación de los hechos elementales, la distorsión ideológica, el deseo de derribar al contradictor y no de refutar sus argumentos, no podremos afirmar, diga lo que diga el calendario, haber salido del siglo XX y entrado en el tercer milenio». Transcurrida una década del nuevo siglo, la Edad Media todavía nos acompaña.

Los diarios han sido, por otro lado, textos imprescindibles para los biógrafos de los escritores. El gran humorista P. G. Wodehouse imagina a estos autores rebuscando en el suyo, donde según dice ha quedado registrada su vida de pe a pa. Por ejemplo: «1 de enero. Hoy día húmedo. No ha sucedido nada. 2 de enero. Día húmedo. No ha sucedido nada. 3 de enero. Todavía nuboso. No ha sucedido nada. 4 de enero. Buen tiempo. No ha sucedido nada. 5 de enero. No ha sucedido nada. 6 de enero. No ha sucedido nada». «Y así -escribe Wodehouse- hasta los 27 años».

Pero han sucedido o suceden tantas cosas que el diario se nutre del torbellino de la actualidad. Y lo hace incluso en circunstancias extremas, como en el caso de Ana Frank, o en la más inquietante soledad, como Mihail Sebastian, rumano, judío del Danubio, que escribió uno de los dietarios más deslumbrantes de la literatura de todos los tiempos, entre 1935 y 1944, en una Europa convulsa y embargado por la distancia que le iba separando de otros intelectuales y amigos. «Te sientes abrazado por el frío cuando entras en la habitación de tus amigos y se detiene la conversación», escribió.

Paul Léautaud, anarquista de espíritu, como él mismo confesaba, y ferviente seguidor de Stendhal, mantuvo en 1933 uno de los diarios íntimos más descarnados sobre la relación con una amante: un intenso episodio de pasión amorosa y destructiva, al mismo tiempo. Pero la cumbre literaria del intimismo se debe a André Gide, que almacenó su magma en un cuaderno, desde los 18 a los 81 años que tenía cuando murió, en 1951. Testimonio de viajes y de momentos, documento histórico, reseña de libros y de amigos, el Diario de Gide se ha convertido en un texto de inexcusable lectura. Un buen día de abril de 1944 escribió en una avioneta camino de Gao (Malí): «Cielo blanco azulado. Empieza a hacer verdadero calor. Escala de media hora en El Golea. Conversación con dos muy simpáticos directores de correos y de la radio de dicho lugar. Uno de ellos viene del Congo. Bella armonía de las palmeras sobre la arena pura, que reencuentro con voluptuosidad».

La mejor cosecha de Jules Renard, autor de la famosa novela Pelo de zanahoria, está en su Diario, que escribió entre 1887 y 1910, un gran clásico del género, compendio de talento y de grandes frases que han nutrido a principios de la década del pasado siglo los calendarios y engordado, al mismo tiempo, la fama de Oscar Wilde. Todas las citas ingeniosas se atribuyen a Wilde, y cuando no a Churchill, pero muchas de ellas pertenecen a Renard. Ésta por ejemplo: «La patria es todos los paseos que puedas dar a pie alrededor de tu pueblo».

El diario es relativamente moderno, en cierta medida porque también lo es la conciencia individual frente al declive. Pero existe, no obstante, desde hace tiempo la preocupación ordenada de anotar lo que ocurre, de una manera quizá menos celosa de lo específicamente íntimo pero sí desinhibida. Incluso extremadamente desinhibida tratándose de un inglés como Samuel Pepys, secretario del Almirantazgo y miembro del Parlamento, que escribió un diario divertido e indiscreto entre 1660 y 1669. Un 7 de mayo, cuando contaba con 28 años, Pepys (léase Pips) nos dejó la siguiente descripción: «A Westminster, caminando. Me enteré de que Mr. Montagu comunicó anoche al rey haber dejado a la reina y la flota en Golfo de Vizcaya. Ahora han de estar por la isla de Scilly. Vi muchas damas hermosas en Hyde Park y me quedé hasta que casi todas se marcharon».

La rebelión de la palabra íntima escrita no se revela en España hasta el siglo pasado con Pla, González Ruano, Gil de Biedma o Barral. Ruano, que escribía las columnas de dos en dos o de tres en tres, con estilográfica y en un café, se suelta de sus lastres periodísticos en su Diario íntimo (1951-1965). Sintiéndose morir, acepta el final con elegancia y bohemia. «El terror es blanco. La soledad es blanca», anotó en las últimas líneas.

En El cuaderno gris, que Pla empezó a escribir en 1918, conviven los comentarios políticos de la actualidad con los aforismos, la literatura y los viajes. O descripciones impagables del día como la que sigue: «Hace una tarde clara, soleada, pavorosamente delicada, exquisita. Nubes blancas. El sol las salpica por abajo y se vuelven de color de rosa. El sol es vivo, la tarde azul, las sombras tienen una ligereza casi de primavera». Cuando escribo este artículo llueve, sin embargo a mares, a mares y no dejo de consolarme con la música solitaria de los grandes diaristas.

Todo lo contrario, como se ve, al guirigay de Twitter.