En 2010, Minúscula publicó un libro magnífico, Guía de Mongolia, de Svetislav Basara, comentado en esta sección bajo el título «Bilis balcánica». Las peculiaridades de aquel texto, que nos hablaban de una voz insólitamente contundente, rabiosa por momentos, reaparecen con parecida intensidad en Peking by night, la segunda entrega que, por el momento, conocemos de la obra del escritor serbio.

Peking by night adopta una estructura poco habitual, pero en realidad muy atractiva, la del conjunto de relatos unido por uno o varios elementos que de modo reiterado van filtrándose en los distintos fragmentos, la de un todo cuidadosamente articulado a través de partes aparentemente inconexas, y a las cuales pequeños detalles (la constancia de un nombre, o de un objeto, o de una situación) prestan cohesión y continuidad, una especie de pegamento significativo. De este modo, las veintidós teselas que conforman el libro admiten ser leídas como un único y exhaustivo mosaico en torno al problema de la identidad: qué es el «yo» (nada, dirá Basara: flatus vocis, un globo lleno de aire que hay que llenar continuamente con ideas y opiniones descabelladas) y cómo se mueve ese falso ídolo por esa otra enorme mentira que es el tiempo (Basara afirma con rotundidad la exclusiva existencia del presente: pasado y futuro son apenas trampas gramaticales, atentados de la lógica contra la ontología).

El narrador de Basara hace pensar en el narrador de las novelas y relatos de Beckett, esa conciencia y esa voz siempre a un paso de la extinción, tanto física, en el mundo material, como intelectual, en el mundo del sentido. La realidad es problemática, digna de toda duda, y ni siquiera es un lugar donde uno desee permanecer mucho tiempo. Existe una especie de hipertrofia cartesiana en estos textos de Basara, aunque siempre esa deuda filosófica con el origen del sujeto moderno aparece compensada por la habitual dosis de sarcasmo, humor negro y risa corrosiva que ya cincelaba Guía de Mongolia. De hecho, parece insinuar Basara, la paradoja decisiva de la existencia es que el absurdo es el único medio para hacer frente al absurdo. Siguiendo a Paracelso, el veneno es, a la vez, el antídoto. La desgracia de haber nacido sólo se cura reflexionando sobre ella. Los hermanos de leche de Basara se apellidan Beckett, Bernhard, Cioran.

«Todos los "yo", incluido el mío, se parecen a supermercados soviéticos; en todos no hay más que unos cuantos artículos inútiles: vanidad, orgullo, egoísmo, vaciedad, desesperación, que obligan al hombre a salir de esa tienda desolada del propio "yo" y a entrar en un establecimiento externo, igual de desolado, para comprarse una cuchilla de afeitar y cortarse las venas». Se puede decir más alto, pero no más claro. Basara no es indulgente ni lo pretende. La lección de su literatura es, en ese sentido, demoledora. Su confianza en la escritura, sin embargo, no decae: «Inventar sirve para reducir la nada». Esa es la batalla. Para eso estamos aquí, allí, a ambos lados del papel.