El centro de cultura Antiguo Instituto acoge estos días las obras seleccionadas en el Premio de pintura joven de Gijón. Bien se puede decir que la aparición de este premio, ahora en su primera edición, constituye una grata y estimulante sorpresa. Por ser de pintura, por estar destinado a artistas jóvenes -menores de 35 años- y, sobre todo, por surgir a contracorriente, en tiempos difíciles «para la lírica», como todo el mundo sabe, y cuando en el camino se han quedado premios tan significativos, algunos incluso tan acreditados como los organizados por La Carbonera, la Fundación Laboral de la Construcción, el Principado o el HUCA, entre otros, por no citar la permanencia desmaterializada y desvitalizada del de Luarca, de momento. De modo que hay que felicitarse por esta iniciativa debida a la Fundación Municipal de Cultura de Gijón, y con más razón si consideramos que el nivel de participación y de calidad de las obras seleccionadas ha sido notable, cosa que no siempre se logra y menos en una primera convocatoria. Tuve la ocasión de participar en el jurado, que estuvo presidido por ese infatigable y relevante crítico y gestor de arte que es Tomás Paredes, presidente también de las asociaciones de críticos nacional y de Madrid, y personaje muy querido en Asturias, región con la que mantiene una relación de mucha cercanía y desde hace mucho tiempo. También tuve ocasión de saber por este periódico de la presencia en Gijón en su día del ganador del certamen, que fue el granadino Bernardino Sánchez Bayo, para recibir el correspondiente premio. Sólo queda desear larga y brillante trayectoria para un concurso que nace con buenas expectativas.

No cabe duda de que el éxito de una primera edición depende también del cuadro ganador, porque se convierte indudablemente en un icono que da la medida de su nivel y también, junto con las obras seleccionadas, de los presupuestos plásticos que se supone orientan al jurado. Y en este caso ha sido positiva la experiencia, puesto que las distintas propuestas presentadas por los artistas han permitido dar cabida a una gran variedad de tendencias.

En cuanto al cuadro, «Sin título», de Bernardino Sánchez, se trata de una pintura figurativa, aunque hay que añadir que de una figuración sobrecogedoramente expresionista, pese que a primera vista pueda parecer de un realismo de representación más objetiva. Resulta impactante para el espectador la presencia de ese pit-bull que contagia la concentrada tensión de toda la figura: el cuerpo como una flecha a punto de salir lanzada de una ballesta, apenas perfilado por trazos admirablemente expresivos; pero la cabeza, resaltada por la luz, amenazadoramente atenta a vislumbrar el peligro que acecha entre las mismas tinieblas que inundan el cobertizo que protege y que, a sus espaldas, es un sugestivo ejercicio de pintura de sombras y luces, negros y grises.

Fue otorgada una mención de honor al cuadro «Exit II» (serie «Circus time») de Ismael Lagares Díaz, una pintura muy espectacular, en buena parte por la gran densidad de la pasta pictórica empleada en la construcción de las formas y por la intensidad y brillo de color mezclado en esas formas, individualizadas como abstraccionados personajes que tanto pueden remitir a las leves manchas insinuadas de las multitudes de Genovés como a las distorsiones brutalmente expresionistas de Bacon. Un interesante cuadro que se completa con un inteligente uso del collage y del que Piñole bien podría decir, como dijo un día: «Con lo que este chico ha gastado en pintura en este cuadro tenía yo para pintar un año». Luego hay otras pinturas también de interés, como las imaginativas geometrías de Keke Vilabelda, o «Disoluciones en la sombra», de Fernando Palacios, cuadro de luz difusa por momentos iridiscente, libertad de composición y quizás influencia japonesa, un paisaje visionario de naturaleza simbolista. Pero hay mucho más que ver y la visita a la muestra es de indudable interés.