Poeta y geólogo

Seis años después de «Subhuti», libro que editó hermosamente la desaparecida Llibros del Pexe (Marina Lobo ha vuelto con el sello Impronta), Jesús Aller (Gijón, 1956) entrega «Los dioses y los hombres» (KRK), donde reúne sus últimos poemas. A sus conocidas inquietudes, que abrazan mística y erotismo, suma ahora otros textos de erizada preocupación social. Profesor de Geología en la Universidad de Oviedo, defensor de un original misticismo libertario muy elaborado, ha publicado «Pájaro sobre el mar (1980-1988)», «Non serviam» (1987), «Teoría del centro» (1990), «Recuerda» (2004), y el citado «Subhuti», además del libro de viajes «Asia, alma y laberinto» (2002).

-Publicó «Subhuti», su penúltimo libro, en 2006. Allí utilizaba la técnica del manuscrito interpuesto. ¿Por qué la vuelta a la poesía en primera persona?

-«Subhuti» ha sido la excepción. Cuando empecé a escribir ese libro me salían sutras, influenciado sin duda por mis lecturas budistas. Presentar, claro, ese tipo de escritura como algo propio queda un poco pedante o pretencioso. El recurso del manuscrito interpuesto surgió a partir del recuerdo de una visita que hice a un maravilloso monasterio budista en Birmania; así surgió la historia de «Subhuti», que era una forma de esconderme, quizá por pudor.

-«¿Los dioses y los hombres» marca un punto de inflexión en su poesía?

-Más que un punto de inflexión es, creo, un punto de culminación. Puedo pasar años sin escribir poesía y el proceso creativo, cuando empiezo a encontrar esas voces, a escucharlas, suele durar unos meses. La escritura de «Los dioses y los hombres» se ha mantenido, en cambio, durante mucho más tiempo. En el libro están motivos anteriores, mis temas, que van del budismo al erotismo, pero con un elaboración más larga, más aposentada, más reflexiva. También hay una crítica política radical.

-El libro se divide en dos partes. La primera, «Los dioses», entronca claramente con sus preocupaciones conocidas; la segunda, «Los hombres», aporta algunos temas nuevos, un intento de poner los pies en el mundo inmediato.

-Estoy de acuerdo. Incluso se podría pensar que hay sumidos dos libros distintos, que no encajan bien juntos. Junto al misticismo y el erotismo de la primera parte, está esa otra en la que cambia hasta la métrica. Lo curioso es que son poemas, unos y otros, escritos casi simultáneamente, por lo que pensé que deberían estar juntos, aunque en dos partes diferenciadas. Sí, esa segunda parte es un aterrizaje en el mundo. ¿Para qué sirve todo ese misticismo, toda esa higiene mental que, según Nietzsche, permite el budismo? Vivimos en un mundo terrible que necesitamos mejorar, en el que es imprescindible la crítica. El objetivo de conseguir una purificación interior ha de estar en volver al mundo para tratar de hacerlo mejor.

-Tras leer el libro se me ocurrió que usted es un anarco-budista.

-Sí, sí, estoy de acuerdo. Hay un poema, «Principios y finales», que habla de eso. El budismo como purificación interior, y el anarquismo como purificación de un medio social que nos coarta.

-En el libro hay homenajes explícitos a la Revolución asturiana de octubre de 1934 o a la CNT al cumplirse el centenario de este sindicato...

-Bueno, la Revolución de octubre fue un error táctico tan increíble que se hace complicado reivindicarla; yo hablo de un momento histórico muy complejo, con el fascismo en ascenso.

-Lo que yo quería preguntar es que al lector acostumbrado a sus incursiones por el budismo le pueden sorprender todas esas referencias tan explícitas, pegadas a momentos históricos polémicos.

-Me apetecía mucho hacer el poema del centenario de la CNT. Últimamente colaboro todos los meses con pequeños textos en la web de «Rebelión». Ahí hay un Jesús Aller radical, y a quien conozca esos artículos no le sorprenderán tanto estos poemas. Y, también, hay un precedente en mi libro «Recuerda», de 2004, con una segunda parte en esta línea.

-¿Le interesa volver a la poesía social, a una escritura que podríamos calificar, por sintonizar con el momento, como «indignada»?

-Sí me interesa. Y, además, admiro profundamente el movimiento del 15-M, que nos ha dado un poco de esperanza. La poesía, creo, puede tener un papel en todas estas cosas; después de todo, la poesía son palabras que emocionan, que expresan las inquietudes de la gente. En este sentido, reivindico un papel para la poesía en todas estas cuestiones sociales, actuales, palpitantes.

-La poesía social ha pasado por su travesía del desierto y, ahora, hay una serie de autores que vuelven a ella. ¿Se identifica, pese a la peculiaridad de su budismo, con esa corriente?

-Sí, lo que ocurre es yo tengo esa parte mística, panteísta. Pero hay poetas como Antonio Orihuela que parten de esa base budista para hacer una poesía social; no me siento demasiado bicho raro.

-Yo veo diferencias evidentes. Usted tiene una dicción clásica. En «Los dioses y los hombres» hay un amplio uso, por ejemplo, del alejandrino en estrofas regulares. Su poesía viene de una tradición distinta a la de la mayoría de los llamados «poetas de la conciencia».

-Es cierto que en esos poetas no hay, quizás, esa preocupación formal que yo tengo. De todas formas es mi expresión, y me gusta jugar con los metros. Usted se refería al uso del alejandrino, pero hay experimentos como el romance sobre las Torres Gemelas; hay dodecasílabos... En fin, que no renuncio al juego formal y eso me aparta, quizá, de las líneas más conocidas de la «poesía de la conciencia».

-¿Ha abandonado la literatura de viajes? Recordamos su «Asia, alma y laberinto» (Llibros del Pexe).

-Hubo unos años que viajé mucho por Asia, que coincidió con mi descubrimiento del budismo. Ese libro salió así, de manera muy natural. Ahora estoy viajando más por Europa, pero no, no he vuelto a la literatura de viajes.

-¿Budismo y anarquismo encajan bien o ha hecho usted su propio encaje?

-He hecho mi propio encaje, pero a la hora de la verdad hay gente por ahí, incluidos algunos de los «poetas de la conciencia», que, según me han dicho, están en la misma línea. Hay aspectos comunes, como, por no ir más lejos, la tendencia al vegetarianismo... Yo encuentro el encaje, la conexión. El budismo, si vamos a su esencia, tiene un gran potencial liberador; es un higienismo, una manera de limpiarnos la porquería que llevamos dentro. Es, por hacer una de esas definiciones sintéticas que me gustan tanto, librarnos de la mentira. Si el anarquismo es una crítica de todos los mecanismos de explotación, del poder, aparece al final ese hilo común del que hablo.

-¿Y cómo lleva todas estas inquietudes junto a su principal dedicación profesional, que es la geología?

-Intento hacerlo compatible. La geología me ha permitido mirar la Tierra, que tiene una dimensión estética -también racional- impresionante, y ha hecho que aprendiera a razonar. La ciencia es un aprendizaje de racionalidad. Gracias a mi dedicación a la geología he viajado además mucho y disfrutado enormemente. He trabajado por ejemplo en los Urales, y fue una experiencia fantástica. Todo eso está también, de alguna manera, en mi literatura.