El 17 de septiembre de 1892 el teatro Campoamor iniciaba, en el corazón de Oviedo, su aventura. La ciudad asumía el reto de levantar un gran teatro de impronta europea, un coliseo capaz de ofrecer grandes representaciones sin las carencias que dejaban ver otros escenarios de la ciudad. Los Hugonotes de Meyerbeer fue la ópera encargada de inaugurar un centro cultural que tendría en la lírica su principal razón de ser.

Como es lógico, en más de un siglo el Campoamor ha vivido en carne propia los avatares de la historia de Oviedo y de España. Ha sido testigo de cada proceso histórico. Sufrió la destrucción de la barbarie y volvió a resurgir con nuevos bríos para conseguir atesorar una historia gloriosa, a un nivel que no alcanzan ni otros cuatro teatros en el resto del país. Ópera, zarzuela, danza, teatro, cine, magia, bailes, exposiciones, conferencias, música de todos los géneros y hasta mítines políticos han estado presentes en una programación que asombra cuando se repasa de forma detenida.

Hoy en día el Campoamor ha conseguido algo impensable años atrás. Se ha mantenido firme, pese a la eclosión de teatros de los últimos años, gracias a un perfil de programación que lo ha convertido en el único teatro lírico español fuera de las grandes ciudades. Ha conseguido alinearse, en este sentido, con el Real de Madrid, el Liceo de Barcelona, el Palau de les Arts de Valencia o el Maestranza de Sevilla -estos dos últimos de nuevo cuño-. Lo ha hecho gracias a la concatenación de las temporadas de ópera y zarzuela que propician ciclo lírico anual firme y consolidado que se complementa con los premios líricos que llevan el nombre del teatro y que reúnen en Oviedo a todo el sector.

Hasta aquí las glorias. Ahora llega el momento de repasar las muchas y diversas carencias que no dejan de ser una especie de letanía cadenciosa y triste que nadie asume porque la clase política asturiana no está, ni de lejos, a la altura de la historia de un teatro que es la joya de la corona de nuestras infraestructuras teatrales, pero que está, precisamente en su escenario, en condiciones tercermundistas.

Desde la reconstrucción de la posguerra, hay que hablar claro, sólo se han puesto parches a la caja escénica. La incapacidad de los políticos para resolver el problema en los últimos veinte años es lamentable. Ahora, con la crisis, la disculpa es perfecta para no hacer nada. Aunque conviene recordar que el teatro se reedificó en plena devastación de la posguerra con unas condiciones económicas bastante más deterioradas que las actuales. No dudemos que la severa situación se va a convertir en la eterna cantinela para no hacer nada. Curiosamente, planificar, fijar un calendario de actuación y tener preparada la posible reforma, ponderada a la realidad económica actual, tienen un coste muy menor. Sólo es cuestión de voluntad. El Ayuntamiento debe liderar el proceso, pero ahí tienen que estar también el Gobierno de España y el del Principado de Asturias, que siempre se ha puesto de lado en este asunto por razones extrañas. No estamos ante un problema meramente estético, sí ante cuestiones que afectan a la seguridad de los trabajadores y los artistas que allí desarrollan su trabajo. Alguna declaración política desde el ala izquierda del Ayuntamiento que he leído estos días mete miedo por su mezcla de ignorancia e irresponsabilidad. Indudablemente, el Campoamor necesita ponerse al día para afrontar los nuevos retos de una sociedad compleja que exige espectáculos de calidad global que se realicen en coproducción con otros teatros. Todo ello, a la larga, ahorra costes. No olvidemos que hay centenares de trabajadores vinculados al teatro a lo largo del año. Es una de nuestras «fábricas» más importantes, una factoría cultural que merece la máxima atención por parte de las autoridades. Lo primero de todo: huir de reformas como la última que se hizo aprisa y corriendo y con falta de criterio notable. Entre sus hallazgos: el redistribuir las butacas de entresuelo y principal en las que ahora la gente no se puede sentar con comodidad porque no entra en las mismas. Aunque sólo sea por el respeto que el teatro merece, el esfuerzo necesario para su puesta al día debiera estar en las prioridades de la agenda cultural de Oviedo y de Asturias.