El viajero curioso que visite el cementerio francés de Narvik (Noruega), donde yacen enterrados quienes en tan remoto lugar combatieron contra los nazis, verá acaso con asombro que unas cuantas lápidas tienen nombres y apellidos españoles: «Roberto Fortunato, Clemente Belsa, Manuel Ferrer, Aniceto Carrillo...». Justo lo mismo que le ocurrirá en Túnez, también en un camposanto galo. Quizá sin tanta extrañeza, podrá comprobar en el monumento dedicado a la memoria del mariscal Leclerc en París que entre los caídos de la II División Blindada que liberó la capital francesa del terror hitleriano estaban «Constantino Pujol, Luis Cortes, Helio Águila?», pues es ya bien sabido que soldados republicanos españoles pelearon duro contra la cruz gamada. Pero volverá el estupor si el viajero se adentra en un cementerio vietnamita, cerca del puerto de Da Nang, y ve que allí descansan luchadores españoles. ¿Noruega, Francia, África, Vietnam? ¿Qué hacían allí nuestros compatriotas, aquellos que nunca se rindieron al fascismo que les había derrotado en su patria en 1939? ¿Cuál fue su historia? ¿Por qué nunca se contó en detalle o se noveló a fondo? Alejandro M. Gallo (1962), comisario-jefe de la Policía Local de Gijón, licenciado en Filosofía, Ciencias Políticas y Ciencias de la Educación, medalla al Mérito Policial, y autor ya de un buen puñado de novelas, se planteó estas últimas preguntas y encontró la respuesta: fueron los soldados de la libertad, había que darles voz. Eso es Morir bajo dos banderas.

Hace ocho años, Gallo escribió, a modo de entretenimiento (él mismo la llama «veleidad»), una bien tramada historia policiaca y política que se tituló Asesinato de un trotskista. Animado por la repercusión que en algunos círculos tuvo aquella obra, publicó Una mina llamada Infierno (2005), a la que siguieron Caballeros de la muerte, La última fosa y Operación Exterminio (2009), en las cuales iba progresivamente apartándose de la mera intriga detectivesca o «negra» para ahondar en la vida y muerte de la guerrilla de resistencia antifranquista, de los maquis, y desarrollando la entidad de su personaje central, de cabecera: el detective Ramalho da Costa. A la vez, ejercía la crítica literaria en las páginas de LA NUEVA ESPAÑA y otros medios nacionales. Pero aun sintiéndose ya dueño de un estilo propio para narrar, a gusto con sus gustos, por así decirlo, Alejandro M. Gallo inició un período de reflexión sobre cuál habría de ser el paso siguiente. Las historias que le producían placer lector podían ser Los miserables, Germinal, Los tres mosqueteros o, por qué no, ¿Arde París? Eso era lo que le gustaba leer, eso era por donde quería seguir escribiendo. Decidió, pues, dar voz a aquellos soldados de la libertad, no sin antes trufar la aparente pausa con una novela a caballo entre lo meramente policiaco y las purgas de Stalin (es decir, con una vuelta a los orígenes) como fue Asesinato en el Kremlin (2011, ganadora del «Premio Francisco García Pavón de Narrativa Policiaca») y Seis meses con el comisario Gorgonio, una recopilación de las aventuras, no exentas de comicidad, que había ido publicando por entregas en la prensa sobre un muy maduro policía. Es decir, Gallo decidió instalarse en la novela que cuenta historias reales, con personajes reales, entreveradas con todo el bagaje que permite la ficción. Y sin adornarse con florido estilo: Alejandro M. Gallo es, por propia decisión, un escritor de «literatura popular», dicho ello con el mayor de los respetos, con el que merece quien escribe para ser leído y no sólo para ser aplaudido en cenáculos cerrados.

Ello no impide que disfrute planteando y planteándose retos estilísticos: Morir bajo dos banderas (su importante extensión, lejos de desanimar, será un estímulo para quienes disfrutan de aventura tras aventura, por muy trágicas que sean) se narra en segunda persona, una técnica que ya creíamos olvidada desde aquel malhadado «nouveau roman» que tanto daño hizo, y oculta hasta casi el final la identidad de quien narra. Cuenta la novela cómo fue la II Guerra Mundial en los frentes donde combatieron soldados españoles republicanos, a través de unos cuantos miembros de la familia Ardura. Nico, el más joven, sigue a Leclerc desde África hasta el mismísimo «Nido del Águila» de Hitler. Su hermano mayor, Fran, se bate con la 13.ª Semibrigada de la Legión Extranjera (rojos y bravos a más no poder) en Bir-Hakeim, Túnez, Sicilia, Roma, Provenza, Estrasburgo, Austria? La novela se sirve del padre de ambos, Antonio, para relatar la tremenda historia del wolframio con que Franco pagó a los alemanes su Legión Cóndor (por fin se cuenta en condiciones) y las batallas en el Frente del Este que culminarían con la toma de Berlín. Su nuera Ana colabora activamente con la Resistencia del sur francés, lo que permite sacar del olvido a personajes históricos como el gijonés José Vitini o el gozoniego Cristino García Granda, militares de alta graduación, antifascistas.

Novelón, pues, de alto aliento, que no desaprovecha la oportunidad de tocar algunos puntos del más vivo interés: ¿pudieron ser las playas de Almería lo que por fin fueron las de Normandía en 1944? ¿De qué modo se armó al maquis para la invasión del valle de Arán? ¿Qué pintaban republicanos españoles en las fuerzas del Vietcong que luchaban contra EE UU? El mejor homenaje que Gallo rinde a sus maestros confesos es haber escrito Morir bajo dos banderas, una novela «de las de antes», si así se puede hablar, de cuando la narración contaba el mundo. Una novela de antes de la maldita posmodernidad. Léanla sin falta.