Aunque la fotografía sea la técnica en la que se ha formado y siempre se ha expresado plásticamente, no cabe duda de que las inquietudes artísticas de Sofía Santaclara la han llevado a ampliar considerablemente los límites convencionales de esta disciplina, por lo demás siempre tan propicia a la hibridación en el arte moderno, para desarrollar a partir de ella otra serie de actividades creativas siempre sugestivas. Así sucedió en otra muestra anterior, en la galería Texu, entonces con el vídeo, una instalación y una serie de obras fotoconceptuales que ya anunciaban la tendencia a una vertiente surrealista que en la presente exposición se confirma.

Nacida en Oviedo en 1970, Santaclara demuestra capacidad imaginativa y fantasía poética para alterar el realismo fotográfico y confrontarlo con otra realidad diferente, logrando así esa «chispa» creativa que es principio de lo surreal, empezando por aquel famoso encuentro casual entre el paraguas y la máquina de escribir en la mesa de disección. De modo que su trabajo puede situarse entre los «objetos de funcionamiento simbólico» de Giaccometti, el objeto surrealista provocado por los «ready made» rectificados de Duchamp -de cuyo dandismo baudeleriano participa- o, en fin, la lógica referencia de Man Ray, que llevó el espíritu de la surrealidad a la fotografía. Sin duda, una ilustre estirpe.

Una de sus obras puede resultar especialmente significativa en este aspecto. Se titula «Las lepidópteras», y está integrada por varias cajas, en cada una de las cuales se «coleccionan» varias fotografías de desnudos femeninos en pequeño formato, tomadas de espaldas y con distintas poses. Si las fotografías son artísticamente interesantes y de calidad, su intríngulis reside en el hecho de que cada una de ellas aparece prendida sobre el fondo con un alfiler, como en una colección de mariposas. Y en las cajas entomológicas de esta especial lepidoteca viene reseñado, para cada especie, el nombre científico y el nombre popular, a menudo especialmente poético. Escribió André Bretón: «Todo descubrimiento que cambia la naturaleza o el destino de un objeto constituye un hecho surrealista». Y se me ocurren pocas definiciones mejores para este guiño inventivo, este desplazamiento literario de la realidad en la que se reúnen lo erótico, lo insólito, lo simbólico y lo enigmático. Me recuerda lo que dijo Duchamp a propósito de la famosa fotografía que le hizo Man Ray, vestido y maquillado como Rose Sèlavy, y la vida que le dio a su alter ego femenino: «Lo hice no para cambiar de identidad, sino para tener dos identidades». Así son las mariposas-mujer.

Por otra parte, hay también una colección de fotografías de imaginativa y fabuladora recreación en la que pueden aparecer rostros, insectos, plantas y otros inciertos objetos, que también reúne en otro tipo de caja en la que se incluye un guante blanco, asimismo recurrente objeto fetichista en el surrealismo. Otra serie se dedica a las muñecas rotas, que fueron tema de su anterior instalación, ordenadas en su composición en una floración que recuerda la configurada en la natación sincronizada. Y también, tres hermosas peceras verticales en las que nadan otros tantos solitarios y voraces peces dragón, en aguas también enmarcadas por la fotografía. Todo entre lo lírico, lo metafórico, también lo leve y sugestivamente siniestro, para conformar este gabinete de las maravillas que quiere ser la exposición de Sofía Santaclara.