La filosofía en singular no existe; si acaso, cuando la hemos convertido ya en historia. Lo que hay, siempre, son filosofías, en tensión unas con otras. La gente algo avisada está al tanto de que la filosofía académica acaba convirtiéndose en «pura escolástica», en el peor de sus sentidos, enredada en las cátedras universitarias y entre especialistas que han perdido el suelo de su contemporaneidad. Pero ¿cómo reconocer que una filosofía ha quedado desligada de los problemas que otrora le dieron aliento, problemas sociales, vitales y de supervivencia? En verdad, es muy difícil diagnosticar esto sin al menos una perspectiva de bastantes décadas. Con todo, si los discursos que proliferan endógenamente no ejercen un contagio notable hacia otras disciplinas y hacia los mismos modos de vida, entonces será fácil que pueda tratarse de un saber zombi.

Hablemos con la perspectiva de un siglo. A principios del siglo XX, dos grandes filosofías, no las únicas, pugnaban por reconstruir un nuevo mapa de los saberes y una función remozada de la filosofía: la fenomenología y la filosofía analítica. Cada una de ellas ha seguido caminos tan dispares que podría decirse que se han desconocido entre sí. ¿Alguna de las dos ha sobrevivido más allá de lo meramente académico? Reparemos hoy brevemente en la fenomenología.

Husserl abre hacia 1900 una nueva exigencia a la filosofía: pensar de otro modo la relación entre el sujeto cognoscente y el objeto conocido, modificando el diapasón del sujeto al abrir el «cogito» cartesiano, racionalista y mecanicista, a una «conciencia» distinta. Para ello indagó en la intencionalidad, y en el lenguaje lógico y estético, allí donde se configuran los sentidos originales. Este esfuerzo tuvo inmediatas repercusiones y fue seguido por muchos otros investigadores: Scheler, Fink, Heidegger, Ortega, Gaos, Zubiri, Sartre, Merleau-Ponty y todo un enjambre...

¿Ha obtenido lo que buscaba después de más de cien años? La respuesta no es concluyente. Sin embargo, sí cabe advertir que no ha sido un movimiento languideciente que habría ido de más a menos hasta su desdibujamiento. Ese fenómeno de decaimiento sí pareció advertirse hacia las décadas de los sesenta-ochenta, pero era una falsa apariencia. En la actualidad se hace evidente su renovado ímpetu. Y de esta revitalización, la influencia de Merleau-Ponty se halla en primera línea.

El libro que hoy tenemos presente, La sombra de lo invisible, es una muestra palpable de la vitalidad y actualidad de la fenomenología. Fruto de ocho aportaciones, siete lecciones y un apéndice, nos pone en contacto con una reflexión caliente, necesaria, capaz de abordar temas que han venido resistiéndose a la filosofía. El punto de partida de todas estas reflexiones arranca de la fenomenología de la percepción de Merleau-Ponty, donde las fronteras entre el sujeto y el mundo se borraron seguramente como en ningún otro filósofo, a través de una nueva visión de la corporeidad y de la carne, que es, claro, carne del cuerpo, pero también «carne del mundo».

Luis Álvarez Falcón demuestra una excelente tarea de iluminación sobre la fecundidad y vigencia de la filosofía merleau-pontiana, además de coordinar este conjunto de riquísimas aportaciones: un texto inédito en español del fenomenólogo francés más importante del momento, Marc Richir; la original visión de Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina, que viene profundizando en una prometedora fenomenología materialista, junto a otras contribuciones también relevantes que revisan el fenómeno del arte y la experiencia estética, la producción de los sueños, el trasfondo bruto o salvaje tanto del hombre como de la cultura..., todos atentos a no incurrir en idealismos o en psicologismos. Imposible compendiar las intensas páginas de este homenaje a Merleau-Ponty aquí, salvo en guiños y titulares: se trataría de pensar allí donde la vieja conciencia realista e ingenua no puede.