«Aburrimiento es sentimiento de burro». Esta greguería atrajo mi atención adolescente cuando la leí publicada en el diario «ABC». Intenté entonces averiguar quién era su autor, quién escribía aquellas frases sorprendentes lejos de la seriedad del vetusto periódico. Y me encontré con Ramón Gómez de la Serna, un personaje cuyas fotos mostraban a un señor vestido, para mí, a la antigua, con pajarita, sombrero y trajes demodés. Pura contradicción con su escritos surrealistas y, pasados los años, quizá un adelantado a su tiempo, porque sus greguerías tal parecen excelentes textos para tuitear hoy.

Se cumple ahora medio siglo de la muerte de Ramón (cuyos restos llegaron a Madrid procedentes de Buenos Aires el 23 de enero de 1963), quien también me llamó la atención porque celebrábamos el cumpleaños el mismo día. A partir de aquella agudeza humorística buscaba siempre la publicación de sus escritos. Y releí su biografía, aunque nunca tuve la certeza de que fuera real tal como brincaba en sus vivencias.

Gómez de la Serna fue un precoz escritor madrileño que habitó en barrios descritos por Pío Baroja, con el que no se llevaba bien, era sobrino de literatos como Carolina Coronado y Corpus Barga, estudió Derecho en la Universidad de Oviedo, fue autor de novelas, biografías, ensayos, teatro, y publicó reportajes, artículos, crónicas circenses y greguerías en una decena de publicaciones. Ocupó el puesto de oficial técnico de la Fiscalía del Tribunal Supremo, al que acudía asiduamente; fundó la revista «Prometeo», presidía la tertulia conocida como la «Sagrada cripta del Pombo», que se reunía los sábados en un bar cerca de la Puerta del Sol; Unión Radio le instaló un micrófono en su casa para que hablase directamente a las ondas, y fue un damnificado de los recortes/ajustes en la Administración del general Primo de Rivera. Como se observa, todo un pionero.

Víctima de un error informativo, los diarios madrileños al parecer publicaron su muerte el 15 de septiembre de 1927. Parientes y amigos propusieron su candidatura al premio Nobel. También fue un precursor de un estilo de vida que triunfó en la juventud décadas después, pues salía de marcha a partir de las diez de la noche para regresar bien entrada la madrugada. Pienso que podría ser el posible inspirador de Jack Dorsey, el que «inventó» los «tuits» en 2006. Claro que sus greguerías creo que eran mejores que muchas de las frases que figuran en los modernos aparatos electrónicos. Y Ramón era un moderno hombre de la calle cuando escribía cosas como estas: «Hay tipos a los que es tan difícil sacarles una idea de la cabeza como el tapón que se ha hundido en la botella» o «La historia es un pretexto para seguir equivocando a la humanidad».

Su filosofía humorística alcanzaba los más diversos temas («En las grandes solemnidades llenas de personajes uniformados parece que hay algunos repetidos»), materias («Los ceros son los huevos de los que salieron las demás cifras»), circunstancias («Los recuerdos encogen como las camisetas»), modas («Al cine hay que ir bien peinado, sobre todo por detrás») o situaciones («La gallina está cansada de denunciar en la comisaría que le roban los huevos»). Y es tan actual que sigue en pie su terrible denuncia: «Los que matan a una mujer y después se suicidan debían variar el sistema: suicidarse antes y matarla después».