En Diario de la galera, Imre Kertész expresa la paradoja atrozmente consoladora de quienes padecieron la doble experiencia totalitaria del pasado siglo: «Me salvó del suicidio la sociedad que tras la vivencia del campo de concentración demostró en la forma del llamado estalinismo que no se podía hablar de libertad, liberación o catarsis, de aquello que intelectuales, pensadores y filósofos de otras regiones del mundo más afortunadas no sólo mencionaban, sino en lo que a buen seguro también creían; me salvó la sociedad que me garantizaba la continuación de una vida esclavizada y que de este modo excluía también la posibilidad de cometer cualquier error». El escritor húngaro explica a continuación por qué motivo el comunismo resulta para tantas personas mucho más siniestro que el nazismo. Y es que mientras que el nazismo manifiesta sin ambages su verdad (el anhelo de destrucción de un pueblo mediante la identificación de sus miembros con bacilos que deben ser exterminados), en nombre de la justicia y la igualdad el comunismo logra que justicia e igualdad se conviertan en pesadillas. Hitler, Goebbels y Rosenberg son transparentes en su carnicería. Los hechos, bajo la férula nazi, se corresponden con una filosofía. Con Stalin, Beria y Dzerzhinski mienten las cosas y mienten las palabras. La política del Estado, transformada en policía del pensamiento, logra que la realidad devenga paranoia.

Heda Margolius Kovály sufrió el nazismo entre 1941, cuando fue deportada al gueto de Lodz, y el final de la guerra, cuando huyó de Auschwitz y regresó a Checoslovaquia. Después, padeció la dominación soviética hasta la Primavera de Praga. Bajo una estrella cruel narra la vida que llevó en estos dos órdenes. Su libro traslada sin adornos la convicción expresada por Kertész: cómo la ausencia de libertad se convierte en inesperado cauterio contra la tentación de matarse, pero por qué, en el cómputo de una conciencia que ha conocido ambos poderes, el comunismo es más tenebroso que el nazismo.

El primer marido de Heda, Rudolf Margolius, secretario de Estado de Comercio Exterior del Gobierno comunista checo, es el cristo ateo en que se encarnan las derrotas del siglo. Purgado por el mismo aparato a cuya dignidad y honra entregó sus mejores años, la derrota de Rudolf es la más severa derrota infligida a la emancipación de la conciencia humana. El hecho de que un sistema potencialmente justo haya demolido su verdad íntima, esto es, el fracaso del comunismo a manos de su propia razón instrumental, es el asunto capital de las memorias de Margolius Kovály y acaso el enigma más incómodo de la política del siglo pasado. La figura del comunista convertido en ceniza bajo las ruedas de un coche oficial resulta aquí infinitamente más desoladora que la imagen de los crematorios del Reich expeliendo su repugnante mensaje. Pues con ella muere la posibilidad, tan necesaria como esquiva, de un principio universal de justicia en la naturaleza humana. Una derrota que aún hoy, más allá de esencialismos y escarmientos, duele a este lado del ya sólo aparente paraíso de las democracias parlamentarias.