En los tiempos en que el expresionismo abstracto era la tendencia hegemónica en los Estados Unidos, el pintor y escultor neoyorquino Ellsworth Kelly participaba en el desembarco de Normandía. Tiempo después, ya dentro de la generación pospictórica, figuraba entre los artistas que, cansados de la sublimidad y la apasionada expresión de lo subjetivo, retomaban ideas y lecciones del casi olvidado arte constructivo para crear una obra más fría y objetiva dando paso a movimientos como el «hard edge» abstracción y, en definitiva, el «minimal art». En algunos casos sin perder del todo la conexión con lo anterior. Por ejemplo, de la obra de Ellsworth Kelly se escribió que «con sus esculturas de aluminio de curvas elegantes había forjado a partir de 1959 una línea de unión entre los grandes lienzos monocromáticos de Barnett Newman y el minimalismo». Y también que hacía una obra minimalista antes de que el término fuera acuñado.

Recordé esto porque no me pareció la obra de Jorge Flórez ajena a esa línea de unión o parentesco, en el caso de Kelly como un minimalista «avant la lettre» y en el caso del muy joven e interesante artista asturiano (Gijón, 1984) como una derivación de la tendencia. El americano, con sus grandes áreas geométricas de intensos colores planos, y el gijonés, con sus esculturas también «elegantes», pero de matemática precisión y escueta y personal geometría. Pueden compartir en su obra el reduccionismo lingüístico, el rigor de lo constructivo y, al mismo tiempo, desde su poética desnudez, sugestiones de lo sensorial.

Jorge Flórez, licenciado en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco, es un artista que, sin renunciar al legado inspirador de la escultura asturiana y vasca, y se nota, produce una obra que, desde un personal ámbito de sensibilidad, se integra en un contexto de creación propio de las modernas prácticas escultóricas, en el muy amplio, vago y plural ámbito del llamado posminimalismo que se hizo posible desde la pérdida de especificidad de la escultura y la espectacular expansión de sus límites.

En las piezas de escultura, la escueta y despojada geometría de Jorge Flórez no está desprovista de un depurado y casi siempre contenido esteticismo, lo que significa que la reducción formal no se traduce en la producción de diseños de neutras estructuras de antiexpresividad semántica. Dentro de la sobriedad de su lenguaje escultórico las obras tienen la virtualidad de establecer una relación directa y cálida con el espectador atento y proclive a ella, desde una leve curvatura hasta la relación espacial entre los planos o los cortes, los pliegues, los ensamblajes o las armoniosas quiebras de las superficies. De tal modo que la economía de medios disciplina el placer estético sin negarlo, y aun cuando es más radical la ocultación de lo expresivo se mantiene la tensión del enigma, en cierto modo romántico, entre lo manifiesto y lo latente detrás de la apariencia de estas pulidas superficies pintadas en las que el color se nos antoja no tanto epidérmico, aplicado, como propio de la forma, lo que parece hacer de lo visual táctil.

Aun cuando la escultura es la parte más notable y abundante de la exposición, también tienen notable interés y atractivo las pinturas sobre papel, muy imaginativas y gratificantemente complejas, en las que se enfatiza el discurso constructivista, pero traducida la lección de lo clásico a la forma innovadora del discurso tecnológico y neogeométrico. Es ya Jorge Flórez uno de los más interesantes y personales creadores asturianos de esta tendencia artística.