Los escritores italianos de novela negra mantienen unas características que no se produce en el resto de países: en primer lugar, sus escenarios son distintos, como si se hubiesen repartido el territorio entre ellos para no competir; en segundo lugar, todos representan sus tramas en tres momentos históricos (el Imperio Romano, la II Guerra Mundial o la Italia fascista y la actualidad); y, por último, son expertos en utilizar el género policiaco para sumergirnos en la historia real, como si fuera un caballo de Troya. Y en esto es especialista nuestra autora Verbena Volpa Pastor (Roma, 1950), más conocida por su seudónimo Ben Pastor, a la que Alianza Editorial, en su colección Alianza Negra, ha publicado otra entrega del comandante de la Wehrmacht Martin Bora, Cielo de plomo.

Martin Bora es un comandante de contrainteligencia en la Wehrmacht, hijo de un aristócrata alemán devenido en director de orquesta ya fallecido y cuya viuda se casa de nuevo con un general del ejército alemán. Es un personaje que sufre demasiadas dolencias físicas y psíquicas -producto de la "fatiga de combate"-, frialdad aristocrática ante cualquier pasión, enfrentamientos cotidianos con las Waffen-SS, que como católico y oficial cree tanto en el demonio como en la victoria total y revive en su interior excesivas contradicciones: remordimientos, horror a la guerra, las dudas sobre el amor de su esposa en Alemania. Nos recuerda, como si se hubiera inspirado en él, al conde y coronel Claus von Stauffenberg.

El lugar en el que sitúa la trama es Merefa, óblast de Járkos, al noreste de Ucrania. No es la primera línea de combate, ni siquiera las trincheras secundarias. Es un lugar apartado, tranquilo, cerca de la retaguardia. El momento es mayo de 1943, cuando el sitio de Stalingrado ha terminado y las fuerzas alemanas se repliegan y, lejos de allí, el Afrika Corps es puesto en fuga por los Aliados en el puerto de Túnez. Es el comienzo del fin del III Reich, acosado en el frente del Este por los partisanos ucranianos, por el Ejército Rojo y por una población hostil.

La misión de Martin Bora será interrogar a los prisioneros soviéticos y en especial a los desertores. Sus métodos se alejan diametralmente de los utilizados en la realidad por la Gestapo, ya que prefiere una especie de "pulso psicológico", que se nos antoja demasiado irreal y difícil de creer para los tiempos que corrían. Tal vez sea un recurso para humanizar a su personaje, que parece desconocer que existían campos de concentración y exterminio y lo que sus camaradas se trajinaban en ellos.

Cuando se encontraba interrogando, sin mucho éxito, al general soviético Gleb Platanov cae en sus manos otro general desertor con su carro de combate T-34, Genrij Tibyetskji. Al poco tiempo, ambos aparecen muertos, asesinados. El informe oficial de la jerarquía nazi manifiesta que uno murió de forma natural y otro se había suicidado. En cambio, desde el Kremlin se jactan de que patriotas ucranianos los han ejecutado por desertores. Martin Bora no comparte ninguna de las dos versiones y se lanza a la investigación de un posible doble asesinato cometido delante de su porte aristocrático, de su orgullo de oficial de Caballería y que sus dotes de sabueso no pueden dejar pasar por alto. Y es que con esos dos, ya suman siete cadáveres hallados en el pequeño bosque llamado Krasny Yar. Una frondosidad en el que no funcionan las brújulas y hay que orientarse a ojo y que los ruskis defienden que está encantada.

En conclusión, nos recuerda mucho a policías o investigadores que obvian el dramático momento histórico -como si la historia real quedase en suspenso- en el que se encuentran en aras a poder seguir investigando, pues eso es lo que verdaderamente les interesa y apasiona. Véase el comisario De Luca, de Carlo Lucarelli, o al comisario Ricciardi de Maurizio de Giovanni ambientados en la Italia fascista.