En 2003, la escritora Elvira Navarro compartía piso en el barrio madrileño de Carabanchel: "Acababa de terminar la Universidad y no encontraba trabajo. Más tarde, cuando ya trabajaba como correctora externa para editoriales, estuvieron seis meses sin pagarme. Ambos hechos cuajaron en un texto que titulé La trabajadora, y que guardé en el cajón porque necesitaba mayor distancia biográfica para desarrollarlo. Aunque en ese texto no hablaba de la ciudad, que es una protagonista más del libro, ya me rondaba la idea de que ese texto sobre el trabajo tenía que ir acompañado de calles. De maleza urbana". Diez años después, aquel texto se ha convertido en La trabajadora, una novela combativa y llena de aristas. Compleja de escribir, aunque a su autora no le guste hablar de obstáculos a la hora de enfrentarse a ella: "No me gusta llamar obstáculo a aquello a lo que el libro me obliga y que de primeras no sé resolver, porque eso es precisamente lo que singulariza una obra. O dicho de otro modo: convertimos los problemas narrativos en soluciones narrativas. Por eso Kafka era Kafka: su escritura fue su manera de solucionar. En el caso de La trabajadora, lo que me obligó a pensar en soluciones para que lo que quería narrar cuajase fue la imposibilidad de mantener un relato que cuenta una de las protagonistas en mitad del libro, porque generó tanta fuerza por sí mismo que necesitaba espacio para él solo. Lo saqué de en medio y lo puse al principio, lo que lleva a que el libro tenga un arranque muy salvaje y desconcertante que me gusta y que, de alguna manera, andaba buscando".

¿Cómo le queda el cuerpo a una escritora al terminar una obra así? "Después de muchas horas frente al ordenador, el cuerpo se te queda hecho un churro, aunque ya sé que no me estás preguntando eso. Sentí alivio y alegría".

La novela está escrita "con mucha libertad, y eso es lo que más me enorgullece. Por primera vez me daba igual gustar, es decir, lo que yo quería hacer estaba por encima de las expectativas que presupongo en los otros sobre mí. El vínculo con mis obras anteriores está en el interés por lo urbano, que en La trabajadora desarrollo más, así como el lugar donde pongo la mirada: lo que necesito contar no se desliga de un contexto social concreto. Se diferencia de mis obras anteriores en la estructura, hecha aquí con materiales diversos, y que es más fragmentaria. También en que manejo un narrador que no es en absoluto fiable".

Con La ciudad en invierno y La ciudad feliz, Elvira Navarro se había encargado de dejar bien claro que su propuesta literaria es muy personal, sin concesiones y con una voluntad indesmayable por crecer como creadora con cada nueva obra. Se atreve, además, a meterse en el avispero del mundo editorial como decorado para colocar a su protagonista en el disparadero de la sangría económica. Convivencias extrañas, penurias de salario, obsesiones íntimas, neuronas revueltas quién sabe si camino a la locura. Una novela que se sale por la tangente en el panorama literario español para ir a su bola, una amenazadora bola de acero que va demoliendo poco a poco una mente atrapada en la telaraña de la crisis que lo envenena todo, con la jungla urbana como gran decorado de pequeñas historias.