En los dos casos el punto de partida es muy interesante porque parte de dos crisis profundas entre las que, aquí sí, vale la pena establecer comparaciones. Igual que el niño salido de la nada al que se le ha dado todo, acostumbrado a hoteles caros, treinta asistentes y perdido en su propia existencia de papel cuché y objetivos de venta, el mundo del disco aparece aquí retratado en este momento de colapso, tan ajeno a las esencias musicales, a la verdad que puede contener una canción. Esta visión crítica del negocio discográfico que recorre todo el libro de forma más o menos implícita es la responsable de que, por ejemplo, en vez de un repertorio lleno de cosas de Miley Cyrus, o los Backstreet Boys, la lista de Spotify que tendría que acompañar la lectura de la novela de Wayne incluya a Buddy Holly ("Everyday"), Los Clash ("Complete control"), Jackson Browne ("Stay") o, claro, al inevitable Michael Jackson.

La preferencia por la música con mayúsculas frente al pop de picores adolescentes es de agradecer, aunque plantee serios problemas lógicos y de verosimilitud con el planteamiento general del libro. Porque Wayne ha optado por el camino más difícil. El narrador de su historia es el niño. Y Jonny Valentine no es cualquier niño. A sus once años, y sus comeduras de tarro con el sexo, el amor y la muerte hay que añadir los condicionantes de un ambiente viciado en el que el negocio de la música ha invadido todo su ecosistema. Valentine asiste a la negociación de sus contratos y habla con naturalidad de introducirse en el mercado asiático o de cuál es la mejor manera de vender unos posados falsos con otra estrella adolescente. No es fácil sentarse en los muebles que adornan esa cabeza y contar la historia desde allí. ¿Alguien se imagina cómo sería la novela narrada por un Fernando Alonso de quince años empezando a ganar sus campeonatos interancionales? Pues eso, operado el salto del motor al pop, es lo que pretende La canción de amor de Jonny Valentine. Y la audacia, claro, le conduce inevitablemente a una serie de trampas y tropiezos. Wayne hace hablar a Jonny como un especialista cuyos gustos coinciden más con los de un tipo de cuarenta que con un niño prodigio salido de YouTube. Sus análisis sobre las relaciones entre adultos se deslizan también, en ocasiones, mucho más allá de donde la intuición preadolescente los podría llevar. No obstante, también hay aciertos notables, como el recurso al vídeojuego como relato paralelo que explica el mundo y en el que Jonny resuelve algunos de sus problemas.

En resumen, La canción de amor de Jonny Valentine es una novela divertida, bien escrita, con buen ritmo y unos personajes memorables. Es una historia eficaz sobre madres e hijos y sociedades infantilizadas, algo lastrada por su narrador y a la que puede que le sobren unas treinta páginas. El que busque preguntas o respuestas sobre el fenómeno pop o o la vida de Justin Bieber, se equivoca de libro. Esta discografía va por otro lado.

Resulta escalofriante la confesión que en el pequeño texto introductorio a Iniciación de un hombre: 1917 hace el propio Dos Passos. Cuando EE UU optó tardíamente por intervenir en la I Guerra Mundial, el que años después sería el padre de Manhattan Transfer entendía perfectamente el punto de vista de objetores de conciencia y pacifistas, "pero ¡qué diablos¡, no quería perderme el espectáculo". Y tuvo espectáculo. El peor del mundo, el que convirtió los campos de Europa en un muladar de sangre y fango donde se pudrían los cadáveres de millones de combatientes. Para ello se alistó como voluntario y fue destinado a la línea de frente franco-alemán como conductor de ambulacias. Un pasaporte al horror que, poco después, en 1920, se convirtió en su excelente bautismo de fuego literario. Una puesta de largo autobiográfica que, por cierto, pasó desapercibida y no fue rescatada hasta que, 20 años, después, Dos Passos se había convertido ya en una celebridad. Bienvenidos a la trinchera y no olviden ponerse el casco contra la barbarie.