Cada viernes el Carmel City Clarion, un semanario local de un remoto villorrio de Illinois, llega puntual a su cita mañanera con los lectores. Es jueves, avanzada ya la tarde, y Doc Stoeger, director y propietario del periódico desde hace más de 20 años, tiene ya casi listo un nuevo número. Como todas y cada una de las que le han precedido, la hoja no incluye ninguna noticia digna de tal nombre. Y, sin embargo, cuando despunte el viernes, en la cabeza y en la máquina de escribir de Stoeger se acumularán hasta cinco informaciones de impacto, casi todas protagonizadas por él mismo, que le obligarán a poner patas arriba la nueva entrega.

La noche a través del espejo (1950) es una de las 22 novelas de misterio -pueden llamarlas negras- que a partir de los cuarenta años dio a la luz Fredric Brown (1906-1972). Brown, a quien muchos conocieron en España a finales de los 70 por los relatos fantásticos -pueden llamarlos de ciencia ficción- seleccionados en dos pequeños volúmenes de Bruguera Libro Amigo (Universo de locos y Ven y enloquece), es uno de esos autores de culto ignorados por una mayoría y aplaudidos con empeño por sus miles de seguidores.

Corrector de pruebas en un periódico de Milwaukee, bebedor empedernido, fantaseador de fondo, maestro de las tramas, el retrato rápido y los ambientes de contraluz, Brown sólo se dedicó de modo profesional a la escritura durante catorce años. Década y media en la que, como tantos autores de "pulp" mal pagados, ideó cientos de cuentos. Su especialidad fueron los ultracortos, de una a tres páginas, lo que no le ayudó a sanear sus cuentas. El más breve de todos ellos es la introducción a una historia algo más larga, Knock. Seguro que ya lo conocían, aunque tal vez no supieran de qué: "El último hombre de la Tierra se sentó solo en una habitación. Llamaron a la puerta?".

La noche a través del espejo se titula en inglés La noche del jabberwock, criatura que viene a ser una especie de basilisco de gran tamaño cuya popularidad creció de modo exponencial a raíz de ser recreado por Lewis Carroll en Alicia a través del espejo. Doc Stoeger es un gran aficionado a Alicia e incluso ha escrito un par de artículos académicos sobre ella. Tiene pesadillas con el jabberwock, sin duda inducidas por la gran cantidad de whiskey que trasiega, y le gusta repetir de memoria algunos de los párrafos sin aparente sentido escritos por Carroll. Como aquel "pentelleaba el sol y los escurrosos tovos jugoneaban aspeando la matambecida".

De modo que cuando, una noche de jueves, compuesta ya la edición que pensaba tirar el viernes por la mañana, llama a su puerta un individuo que dice llamarse Yehudi Smith y le propone comprobar que el mundo de Alicia es mucho más real de lo que casi nadie piensa, Stoeger no puede resistirse. Al abrirle su puerta a Smith, Doc Stoeger acaba de poner en marcha un engranaje de muerte y destrucción.

Sobre una trama de intriga bien dosificada que se prolonga toda una noche, Brown destila enormes cantidades de alcohol, da una lección de periodismo local, pone a prueba la amistad, pasa revista a las mezquindades de una pequeña comunidad, reparte mandobles a las autoridades y, para ello, crea con una facilidad pasmosa toda una galería de tipos bien encarnados que, sin embargo, se mueven en los límites difusos entre la vigilia y el sueño, entre la lógica y el absurdo.

Todo para que, al final, exhausto de correr tras un conejo que siempre parece escapársele, el lector se pregunte por qué diablos este maestro de imaginación tan fértil y pluma tan bien entrenada no habrá retrasado un par de muertos más la entrada en máquinas del nuevo número del Carmel City Clarion. Afortunadamente hay más Brown en las librerías. Aunque falte mucho Brown negro por traducir.