Estos días se están presentando diversas temporadas de ópera y ciclos de conciertos de cara a la próxima temporada y es ya, de cara a la próxima edición, cuando el zarpazo de la crisis consolida las brechas abiertas y confirma la destrucción profunda del tejido musical español en lo que se refiere a los circuitos de conciertos y también a los de danza. La estructura que los auditorios consolidaron se ha venido abajo en numerosas ciudades en lo que es un panorama sombrío del que costará recuperarse. Para otro día dejamos el complejo problema de la ópera, ahora está bien poner el foco en el ámbito sinfónico.

Como elemento positivo hay que destacar que nuestras orquestas, aunque al límite, han sobrevivido de momento. Eso sí hay tres o cuatro que están a punto de ingresar en cuidados intensivos. Quizá lo más grave sea el estrechamiento de los circuitos fuera de Madrid y Barcelona, víctimas, salvo excepciones, de fuertes recortes presupuestarios.

El Gobierno de España tiene una responsabilidad que no puede eludir en lograr el equilibrio territorial de la cultura y cuenta con magníficas herramientas para ello. El Instituto de las Artes Escénicas y de la Música puede y debe jugar un papel clave en paliar los daños ocasionados. Sus unidades de producción se convierten, por tanto, en elementos decisivos. Hay algunas que, desde hace años, han realizado con acierto esa labor de redistribución de su actividad como el teatro de La Zarzuela, la Compañía Nacional de Danza, el Centro Nacional de Difusión Musical o el Ballet Nacional de España y también las de teatro han sido muy sensibles a su compromiso nacional. Sin embargo, otras como la Orquesta Nacional de España (ONE) viven atrincheradas en el Auditorio Nacional de Madrid y, excepción hecha de alguna visita esporádica a festivales veraniegos -que por otra parte cubre el vacío de actividad en la capital en agosto-, su programación, pagada por los impuestos de todos los españoles- la disfrutan exclusivamente los aficionados de Madrid. Indudablemente la ONE debe articular una mayor flexibilidad a lo largo de la temporada y diseñar proyectos que puedan llegar a otros auditorios. Creo que la mejora de las comunicaciones permite, perfectamente, realizar estas actividades en todo el territorio con un presupuesto mínimo -costes que, por otra parte, siempre afrontan los organismos municipales que contratan a estas unidades cuando giran-. Es curioso cómo en Madrid su actividad no tiene coste para el Ayuntamiento o la comunidad y en cuanto hay movimiento de las unidades nacionales, los ciudadanos del resto de autonomías, además de lo que ya financian vía impuestos para su sostenimiento tienen que hacerse cargo de bastantes costes adicionales a cargo de presupuestos autonómicos o locales.

Creo que la ONE puede y debe facilitar esa vertebración nacional, además de la lógica presencia internacional como embajadora cultural del país. Es la única justificación para el generoso presupuesto que recibe. Si su fin es el de ser una orquesta más de Madrid mal vamos porque para eso ya están otras formaciones netamente madrileñas. Si la ONE es de todos que lo sea de verdad porque la redistribución cultural ha de ser prioridad, y más aún en la escasez.