Persecución salvaje en una Australia desolada

Sitúen como telón de fondo la Australia más abrasadora y desolada que imaginen. Y ahora dispongan en primer plano los siguientes personajes, no como estilizadas sombras chinas sino como gigantes moribundos tallados a hachazos en una materia tal vez humana: un joven delincuente herido de bala, un médico morfinómano condenado a ayudarle en una huida a los más recónditos paisajes de la isla-continente y un viejo gángster que no está dispuesto a perder de vista el dinero, mucho dinero, que el aprendiz de matagigantes alberga junto con su balazo. El resultado, sin duda ninguna, es una novela dura, que eriza el cabello a la vez que atrae con la fuerza del imán más poderoso. Una historia de perdedores en la que Womersley (1968), que hacía su debut literario con este Por el mal camino (2007), consigue, con un estilo directo que nunca pierde de vista la elegancia, que la cruda naturaleza australiana se alce sobre las miserias encadenadas de los protagonistas con todo el poder despiadado del invierno.

El devenir humano como despropósito

Alexandr Herzen (1812-1870), filósofo y economista, desempeñó un papel puntero en la lucha contra la servidumbre y en la búsqueda de un modelo democratizador para Rusia. Ignorando el potencial explosivo del proletariado, Herzen dirigió su atención a la sociedad campesina, postulando un modo de socialismo utópico basado en la revuelta agraria. Autor del monumental fresco memorialístico El pasado y las ideas, escrito desde el exilio, Herzen publicó también algunas narraciones breves entre las que destacan las dos que ahora presenta Ardicia. Si por un lado La urraca ladrona (1848) es un penetrante diálogo sobre la condición femenina y contra la servidumbre, Doctor Krupov (1847), la novela corta que da título al volumen, es una pionera indagación sobre la locura. Convencido de que sólo la aceptación social marca la diferencia entre los actos de los llamados orates y los de quienes son calificados de cuerdos, Herzen se entrega a un irónico discurso en el que retrata el devenir humano como una colección de despropósitos.

Carne destruida, identidad evanescente

Suicida e hijo de suicidas, el argentino Jorge Baron Biza (1942-2001) es autor de una única e impresionante novela en la que dejó testimonio de su magisterio narrativo. Publicada por primera vez en 1998, El desierto y su semilla -que por cierto llamó sin éxito a las puertas del premio «Planeta», bendita inocencia-, arranca de un hecho escalofriante: el momento en el que el padre del autor, un conocido personaje argentino de vida rocambolesca, arroja ácido sobre el rostro de su esposa. Ahí, con la distancia precisa para que una novela de base autobiográfica no se transforme en una confesión memoriosa, empieza todo: la minuciosa descomposición del rostro de la madre, el periplo en busca de algo parecido a una sanación, el desvanecimiento de la identidad de la agredida y, en paralelo, la disolución de una familia que no logra sobrevivir al brutal ataque y al suicidio que lo acompaña. El primero de una larga serie. Una novela sobre la destrucción (literal) de la carne y sobre la paralela reconstrucción de una identidad. Muy potente.

Leopardi, un perfecto rompecabezas

En sus subyugantes trabajos sobre Goethe, Tolstoi o Kafka, el italiano Pietro Citati ha dado sobradas muestras de la sólida alianza que puede establecerse entre la erudición y la brillantez narrativa. En 2010, Citati, ya octogenario, publicó este Leopardi que ocupa por derecho un puesto destacado dentro de su obra y entre las dedicadas al autor de los Cantos y los Pensamientos. Leopardi (1798-1837) es, enfermo desde la infancia, el apóstol del pesimismo, de la queja eterna por el desamparo en el que la Naturaleza sume al ser humano. Pero también, puesto que toda existencia necesita el alivio de un punto de fuga, es el predicador del culto a la inocencia. La de la edad antigua, presidida por héroes y dioses, y la de los ilusionados compases juveniles, antes de que el tiempo y la experiencia hagan caer todas las vendas. En las manos de Citati, la vida y la obra de Leopardi se desnudan ante los ojos del lector hasta componer una figura poliédrica en la que las horas vividas y las palabras escritas encajan como un perfecto rompecabezas.