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ensayo

En busca de una contingencia necesaria

Zizek, un autor en la estela de Lacan, empeñado en abrir nuevas rutas al pensamiento y guiado por una preocupación eminentemente política

Slavoj ?i?ek (1949) es un psicoanalista lacaniano, sociólogo y filósofo, relativamente fácil de identificar, y, a un tiempo, de anclaje escurridizo.

Puede reconocérsele como un discípulo aventajado de Lacan, a quien ha dedicado varias obras -la última: Cómo leer a Lacan (2008)- y sobre cuyo modelo ontológico (lo Real-Simbólico-Imaginario, como triple dimensión humana) articula su propio pensamiento. Lo identificamos también en la línea del marxismo y de un beligerante rechazo del capitalismo (economía inhumana). Ateo, a la vez valedor de la importancia cultural de la religión, defensor del legado cultural cristiano y comentarista crítico de algunas aportaciones del budismo. Enfrentado a la disolución postmoderna y a las derivas de reduccionismo axiológico, sin embargo, al igual que Sócrates podía pasar por un sofista más en su encuentro dialéctico con los "sophistés" de profesión, vemos al filósofo esloveno manejarse muy bien con las herramientas intelectuales puestas de moda en la postmodernidad: el recuerdo de algunas conquistas de los clásicos (Platón, Descartes, Hegel) y de algunos problemas contemporáneos (Marx, Nietzsche, Heidegger...) sirven para conducir su discurso al lado de ideas tomadas de Wagner frente a Rossini, y de una continua búsqueda de ejemplos iluminados con la literatura y, aún más profusamente, con las ideas-imágenes de la estética fílmica de autores como Tarkovski (Solaris), Trier (Melancolía), Lynch (Terciopelo azul) o Malick (El árbol de la vida). Su lectura significa, por tanto, una inmersión en algunas de las mejores muestras de la sensibilidad del presente.

Este estilo multirreferencial anuncia un autor alejado de la ortodoxia profesoral y próximo a los debates de una urgente contemporaneidad, como la preocupación por la gestión de la democracia o de la cultura popular. Su anclaje escurridizo se evidencia cuando le vemos empeñado en abrir nuevas rutas al pensamiento, partiendo, a la vez que de las pulsiones culturales del momento, del esfuerzo por apuntalar sus ideas en el análisis de ciertos conceptos difíciles (quizá por profundos), tomados fundamentalmente de Hegel, Lacan, Deleuze y Badiou. De este último retoma la idea de Acontecimiento (Badiou: El ser y el acontecimiento, 1988; y Lógicas de los mundos: el ser y el acontecimiento, 2008), sin dejar de modularla en su propio sistema, mientras va apuntando que es preciso inventar algo nuevo, que nuestro tiempo demanda un Acontecimiento que lo salve, valiéndonos de la "filosofía" (que puede proveernos de verdades contingentes), del "psicoanálisis" (indagador de una subjetividad perdida en su presente) y de la "política emancipadora" (en el contexto de un presente que es un callejón sin salida).

Como el propio ?i?ek apunta: la "noción de Acontecimiento que no puede reducirse a un simple cambio fue desarrollada hace poco por Alain Badiou: una contingencia (un encuentro o suceso contingente) que se convierte en necesidad, es decir, que genera un principio universal que exige fidelidad y mucho esfuerzo para el nuevo Orden". Un acontecimiento tiene la virtud de ser un evento singular cuyo surgimiento no está previsto ni predeterminado en el curso actual de las cosas, pero que de algún modo es necesario para alcanzar un nivel de valores superior (con mayor y mejor futuro).

Les diré cómo integro yo este concepto abstruso, Acontecimiento (procesado tanto por la mecánica cuántica como por Heidegger o Wittgenstein), en mi sistema de ideas: al lado del deber-hacer, de normas que valen en contextos utilitarios precisos, y junto al deber-ser, de normas que valen universal y necesariamente en un contexto general humano, habría un tercer nivel del deber ético-político-moral en un campo intermedio: aquel que surgiendo de modo contingente acaba volviéndose necesario por la capacidad que tiene de redefinir el mundo y de resolver problemas que de otro modo serían insolubles. Es el deber-ser a la vez contingente y necesario. Esta situación contradictoria es posible si se piensa en dos tiempos: a) la contingencia procede de unas condiciones no canalizadas deterministamente, y b) una vez que el acontecimiento ha surgido hay que reconocer su necesidad por la capacidad que tiene de reordenar de manera diferente el presente, acompañado de la certeza de ser la salida que se había estado buscando y promoviendo a ciegas: por ejemplo, en la oscuridad del tablero de ajedrez político teselado por un sistema capitalista que no deja lugar a movimientos no deterministas. Ser partidario de una filosofía del acontecimiento podría significar entonces: la actitud activa de búsqueda de la novedad productiva y emancipadora de lo real. Frente a esto siempre queda el escepticismo y su irredenta vacilación o el nihilismo y su apolitismo neutralizador.

Y para quien se pierda en estos trances, tildándolos tal vez de excesos metafísicos, quizá debiera simplemente partir de su propio Acontecimiento, cuando enamorada o enamorado (todo pura contingencia), la vida entera empezó a reformularse bajo aquella nueva luz, alumbradora de una inédita y redentora necesidad, capaz de ordenar una vida o una parte importante de ella.

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