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De negro

Inspector Méndez forever

En la muerte de Francisco González Ledesma

Ricardo Méndez es/era un viejo policía de la antigua escuela, desclasado en el mundo en el que le tocó vivir: considerado rojo para los franquistas -sobre todo porque llevaba comida y tabaco a los republicanos presos- y tildado de conservador por el posmodernismo progre. No conocía ni aplicaba las técnicas de la ciencia, eso de la policía científica para él era ciencia ficción y seguía utilizando el viejo método de indagar en el alma humana para llegar a la verdad concreta, porque la verdad absoluta nunca existió. Se relacionaba con los raterillos, los estafadores y timadores de poca monta de los barrios de Barcelona. La voz de los que nunca tuvieron voz en esta sociedad, le acompañaba a cada paso. No llevaba pistola ni revólver, ni siquiera sabía por qué; tal vez porque un día perdiera el arma en una carrera por las calles de la Barceloneta, o por el miedo a usarla al conocer los desastres que la pólvora ha provocado en el mundo...

Ahora me dicen que ha muerto, pero no me lo creo. Aún le veo realizando una vigilancia con un libro en el bolso de su raída americana, que lee para que las largas esperas sean más cortas, y también le veo tomando vino peleón en las tascas donde se juntaban los obreros y los revolucionarios de salón. Ahora, en algunos de sus homenajes, lo llaman comisario Méndez, pero él nunca fue comisario; es más, odiaba a la jerarquía policial que se alejaba del asfalto y de los problemas del hombre de carne y hueso.

Ricardo Méndez fue la criatura creada por Francisco González Ledesma ( 1927-2015) para reivindicar una novela negra de tinte social que siguiera la estela marcada en este país por Manuel Vázquez Montalbán y heredera de la novela negra mediterránea a la que le interesa más la autopsia de la sociedad que resolver crucigramas o enigmas. Ledesma, autor multipremiado (premio Planeta, premio Hammett, premio Pepe Carvalho, Medalla de oro de Toulouse....) siempre tuvo en Asturias un lugar de referencia. La Semana Negra de Gijón le sirvió para reencontrarse con los irreductibles escritores que se negaban a que sus obras fueran lacayos del sistema, y también visitó nuestras cuencas mineras. Tuve el honor de presentarle a él y a su obra biográfica Historias de nuestras calles, en la Casa de la Cultura de La Felguera. Allí nos contó, con su corazón enorme como el de Méndez, cómo fue la Barcelona de la guerra y de la postguerra, cómo las escaleras de los edificios se convertían en el soviet de los barrios, y seguía mirando las fachadas de los edificios y los bancos de los parques porque aún conservaban los viejos espíritus de todos aquellos que los habitaron.

Ledesma no sólo fue el creador de las aventuras del viejo policía Méndez, también fue redactor jefe de La Vanguardia y el hombre que se escondía durante el franquismo bajo el pseudónimo de Silver Kane, de cuya pluma nacieron más de cien novelas del Oeste, en las que nos mostró que la maldad y el perverso siempre encontraran el castigo. También nos dejó inolvidables novelas bajo diferentes seudónimos, el más reciente el de Enrique Moriel, sin olvidar los de Taylor Nummy, Silvia Valdemar, Rosa Alcázar o Fernando Robles. Pero si algo definió de verdad a esta gran pluma de la novela negra contemporánea fue su gran humanidad, era como Horacio cuando dijo: "Nada que sea humano me es ajeno". Y Méndez inicia de nuevo una eterna vigilancia de los sospechosos con un libro en la mano.

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