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Nieblas del pasado

Patrick Modiano revuelve en las sombras del protagonista de Para que no te pierdas en el barrio, una novela de atmósfera fúnebre y melancólica sobre el olvido voluntario y, a la vez, la obsesión por los ecos lejanos

Nieblas del pasado

Puede que Patrick Modiano no haya hecho otra cosa que escribir la misma novela sobre la búsqueda incesante en las sombras de su vida. Un mismo argumentario en blanco y negro con distinta música y creciente melancolía. Y puede también que el lector, atraído por la sugestión de la escritura fluida, elegante y clásica del último Premio Nobel de Literatura decida que si hay algo donde no cuesta repetirse es en ese tipo de recuerdos que salen al encuentro de los fantasmas del pasado mientras Modiano tira de los hilos de sus personajes. En Para que no te pierdas en el barrio, lo hace de una manera lánguida, en mayor medida incluso que otras veces.

En esta ocasión es un escritor solitario el que recibe una llamada telefónica de un desconocido que le habla de una vieja libreta de direcciones que perdió en un tren. El escritor, Jean Daragane, acude a la cita con el hombre, al que acompaña una joven misteriosa. El desconocido, además de devolverle la libreta, le reclama información sobre uno de los nombres que aparecen en ella. La novedad modianesca es que Daragane no recuerda, parece desechar un tiempo de su vida tan doloroso que preferiría olvidar. Vive en un aislamiento voluntario, con la compañía de un árbol plantado en el exterior de un edificio vecino, su centinela y el único que vela por él. Ha decidido flotar suavemente sobre las aguas profundas cerrando los ojos hasta que no le queda más remedio que enfrentarse a la silueta deformante que se refleja en el espejo de un pasado turbulento.

De él emerge el nombre de Torstel, el personaje que aparece citado en La negrura del verano, una novela que Daragane escribió hace tiempo y como tantas cosas ha pasado a formar parte de su olvido. ¿Quién era ese misterioso personaje? ¿Cómo lo conoció? Poco a poco, resucita la memoria y con ella las tardes en sombra, una casa en el bosque, y la mujer que observaba el tiempo en el niño que era.

Como a menudo ocurre con Modiano, hay una investigación íntima que avanza mientras el pasado y el presente se abrazan suavemente. Breve e intensa, la última novela del gran escritor parisino crece a medida que el lector se zambulle en su atmósfera fúnebre y en la desgarradora melancolía de sus páginas, mientras que el personaje principal, el narrador, parece obsesionarse cada vez más por los ecos lejanos del joven atormentado que la ficción viene a sublimar. "Llevaba muchos años sin acordarse de él, de forma tal que aquella temporada de su vida, al final, la veía como a través de un cristal esmerilado. Se filtraba por él una claridad imprecisa, pero no se distinguían las caras ni tampoco las siluetas. Un cristal liso, algo así como una pantalla protectora".

La acción de Para que no te pierdas en el barrio transcurre en tres etapas: la infancia del narrador, su aprendizaje de la vida quince años después y el presente que entra a formar parte de algo parecido a la vejez. Las fronteras son porosas y la figura central es la misma entre el ir y venir de personajes tan sombríos como la oscura luz pretérita que proyectan, un paisaje devastado por el tiempo que abarca la casa en Saint-Leu-la-Forêt, la plaza de Graisivaudan, el puesto fronterizo de Ventimiglia y Tremblay, el fotomatón, Gilles Ottolini, Chantal Grippay, Annie Astrand, Jacques Perrin de Lara, etcétera, todas ellas piezas del rompecabezas que Modiano despliega ante el lector.

La indagación íntima de la vida prosigue. El autor contó en Un pedigrí, su libro de memorias, cómo un 2 de agosto de 1945 su padre fue en bicicleta a declarar su nacimiento al ayuntamiento de Boulogne-Billancourt. Se imaginaba la vuelta por las calles desiertas de Auteuil y los muelles silenciosos de aquel verano. El padre decide luego vivir en México y en el último momento cambia de opinión. Él mismo explica de su progenitor que estuvo en un tris de irse de Europa después de la guerra, pero que jamás lo hizo. Tuvo que conformarse con morir en Suiza, un país neutral, treinta años después.

Entremedias viajo mucho, Canadá, Guayana, África ecuatorial, Colombia... En vano buscaba El Dorado. Tampoco lo encontró. El hijo, entre tanto, no ha parado de preguntarse si de lo que huía era de la culpa por los años de la Ocupación, esa etapa que permanece en tinieblas y que ha acabado por conformar el eje de la obra del Premio Nobel de Literatura. Acerca de ello escribió: "Nunca me contó lo que sintió en lo hondo de sí mismo en París durante ese período. ¿Miedo y la curiosa sensación de que lo acosaban porque lo habían colocado en una categoría muy concreta de caza, siendo así que él no sabía quién era exactamente? Pero no hay que hablar en lugar de los demás y siempre me ha resultado violento romper los silencios, incluso cuando duelen".

De esas brumosas identidades, del silencio y del olvido, se ocupa Modiano, una vez más, en la novela que publica, al igual que está haciendo con toda su obra, la editorial Anagrama. Melancólicamente hermosa como otras ficciones suyas.

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