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Diario de un rodaje loco de un director inclasificable

A Edith Wharton (1862-1937) le gustaba dejar espacio libre para que el lector lo rellenara con su imaginación. Era uno de sus trucos -a decir verdad no era un truco; nuestra propia construcción de la realidad funciona así- y la elipsis era su arma favorita para ejecutarlo. Lo practicaba en sus historias de corte social -es increíble su eficacia en la selección de materiales en Las hermanas Bunner- y también en las que en este volumen se califican de inquietantes. La neoyorquina era una maestra de los relatos de fantasmas, pero como se comprueba en Cuentos inquietantes -la mayoría inéditos hasta ahora en castellano- sabía que los más oscuros hontanares del terror se ocultan en las simas de la mente, en la capacidad para atrapar a los seres próximos en sutiles redes de sumisión o en la insistencia de eso que llamamos azar en destruir vidas apacibles. Decididamente, alguien debería crear para Wharton el premio a la escritora cuya figura se agiganta cada día.

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