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Poesía

La casa de sí mismo

Antón García traduce al asturiano la antología poética de Joan Vinyoli

La casa de sí mismo

Hay muchas maneras de hacer poesía. Se puede hacer hacia afuera, como pintando un paisaje con el alma, o hacia adentro, entregándose a cavilaciones y ensimismamientos. Claro está que los buenos poetas pueden hacerla de uno u otro modo y resultar siempre creíbles, consiguiendo esa emoción que enciende las palabras y las trasciende convirtiéndolas en espejo del alma. Joan Vinyoli (1914-1984) fue un gran poeta catalán y en catalán al que Antón García le ha puesto acento y sabor asturiano en la primera antología bilingüe (catalán / asturiano) que se hace de su obra. Ordenada cronológicamente y dejando fuera Primer desenllaç, ópera prima de Vinyoli, publicada en plena guerra civil, la antología nos adentra en un poeta que comienza siendo metafísico y simbolista, admirador de Rilke y de Carles Riba -fue una de las pocas personas que despidió a Riba cuando salió camino del exilio en 1939- para tornarse cada vez más realista y cotidiano. Joan Vinyoli va bajando el tono, pegándolo al suelo, abriendo los ojos a una escena que observa en un taller mecánico, o en una cafetería o en un paseo por el campo durante los días muertos de un lánguido verano. Y cuanto más baja el tono, más se agranda una voz cada vez más propia, más robusta, más inconfundible, más imprescindible: "Otra vegada toi / nel llugar al que llego siempre / cuando baxo espacín al soterrañu / de la pequena casa / de mi mesmu", nos dice en el poema "L'acte darrer / l'actu postreru" del libro "Realitats / Realidaes", publicado en 1963.

Vinyoli, amigo de Gabriel Ferrater, va a ser un poeta apreciado por público y crítica a partir de los años setenta. De esa época son poemas tan profundos y sobrios como "Un home està cavant / Un home ta cavando": "Un home ta / cavando'l güertu y la tardina / bermeya diz-y; vuelvi a casa / que yá'l día depicua. / Y failo. Espacín endereza, / recueye l'arabía, un intre / la xada fulgura / cuando la pon al llombu. / Pelos tarrones llentos, coloraos, / va con procuru hasta la presa; / pel sucu va rumiando, / cabilga vagamente en coses / pequenes del escurecer: / cenar caliente, muyer, cama".

Será en la década siguiente cuando Antón García lo conozca una tarde en un café de Barcelona, bebiendo. El encuentro entre un poeta terminal y un joven poeta que todavía no había publicado Estoiru, su primer libro, en una lengua, la asturiana, que se estaba asentando culturalmente y haciéndose definitivamente literaria, difícilmente podría estar mejor contado. Cuando ya de noche salen del café, ambos caminan un rato juntos hablando de sus cosas y, al despedirse, el joven se queda un rato mirando cómo se aleja renqueante, apoyado en unas muletas, aquel hombre claro y oscuro al mismo tiempo. Un hombre que estaba dejando de tener la fuerza suficiente para encontrar esos juegos capaces de aplazar la muerte a los que se refiere el título de la antología, puesto que fallecería el 30 de noviembre de aquel año 1984. Se iba alguien que había sido fracaso, anhelo, soledad y reserva, pero sobre todo se iba alguien que había sabido ser puro en lo puro para dar la medida de un poeta.

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