Pensamiento
Fichte, filosofía en nuestro umbral
Uno de los más grandes exploradores de ideas en el nacimiento del mundo contemporáneo
SILVERIO SÁNCHEZ CORREDERA
Cuando quienes te cuentan lo esencial sobre la obra de un autor -en publicaciones resumidas, claras y bien matizadas- son sus mejores especialistas, estamos de suerte. Esto hace Günter Zöller (Bonn, 1954), coeditor de las obras completas y prolijo estudioso del filósofo sajón, en Leer a Fichte.
A la gran mayoría de quienes han estudiado el bachillerato les dicen algo los nombres de Platón, Aristóteles, Descartes y Kant, y pocos más, pero no Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), el primer gran discípulo heterodoxo de Kant, quizá uno de los peor explicados en los manuales de filosofía.
De humilde familia, Johann "recibe solo por azar formación de alto nivel": estudia lenguas antiguas en Jena y teología en Leipzig, pero será la lectura entusiasta de las tres críticas kantianas las que le transformen por entero. Viaja a Königsberg para conocer en directo al maestro; allí publica su primer escrito, Ensayo de una crítica a toda revelación (1792), que avalado por el prestigio de Kant consigue un fulgurante éxito. Accede a una plaza como profesor en la Universidad de Jena (1794-1799), empleo que pierde a causa de la "disputa en torno al ateísmo", al identificar el concepto de Dios con el conjunto del orden moral universal (no habría, así pues, Dios extramundano). En los últimos años de su vida, recupera una plaza en la nueva Universidad de Berlín, pero la "disputa en torno a un estudiante judío", a quien defiende, le obliga a renunciar. Contagiado de fiebre hospitalaria, cuando Napoleón en su guerra expansionista hostiga Alemania, muere prematuramente a los cincuenta y dos años. Como Hume y Spinoza, su carrera académica se ve muy afectada por sus posiciones religiosas, y como este último, su corta vida consigue con todo una obra consolidada, y como Jovellanos, su muerte sobreviene en la resistencia contra la invasión napoleónica.
Una obra central llena toda su vida, la Doctrina de la Ciencia, reelaborada en múltiples versiones sin cesar. Junto a esta reflexión nuclear, un conjunto de escritos de política, ética, derecho, teología y teoría de la cultura, articulan su pensamiento.
¿Por qué puede interesar al común de los mortales, al habitante de la "República ilustrada" -no solo a los eruditos o especialistas-el pensamiento de Fichte? Porque, aunque quizá ahora estemos empezando a abrir un nuevo umbral histórico, nos interesa todo autor situado en el quicio de nuestra contemporaneidad, ya que muchas de las ideas allí nacidas determinan el mapa donde nos movemos ahora. Revisemos algunas de estas ideas: praxis, libertad, cultura y Yo.
El primado de la "praxis", tan reivindicado enseguida por el materialismo histórico, se sitúa ya en el centro de la doctrina del filósofo sajón. La praxis acomete una función que va más allá de la teoría. Poco después, el materialismo marxista cambiará al protagonista de esta praxis histórica, y donde había cultura pondrá las relaciones de producción. Vemos abrirse en el siglo XIX dos grandes caminos y uno de ellos es el de Fichte.
La idea de "libertad", bandera de la Revolución francesa, vino para quedarse, al compás del liberalismo económico y del reciente individualismo contemporáneo. Esta idea es reelaborada en la filosofía de Fichte con criterio metafísico -la libertad concebida como trasfondo último-, entendiendo que el despliegue de esta libertad se consuma en su identidad con el deber, o con el cumplimiento de la ley moral o, si se quiere, en la coincidencia con el orden divino natural (panteísmo), pero todo ello llevado al plano práctico, donde la importancia "libre" de las ideas residirá en su capacidad de mejorar la humanidad, en un curso histórico que ha de ser progresivo, progresista y liberador.
La "cultura" es la expresión de la naturaleza espiritual de un pueblo, de sus ideas históricamente vivas, plasmadas significativamente sobre todo en su lengua. Y es a través de la cultura cómo una nación ha de encarar su futuro. Cultura concebida como aquella realidad que la razón ha de transformar y en concreto, para Fichte, la nación alemana: recuérdese su Discursos a la nación alemana (1807-1808). Y recuérdense, proyectados, todos los discursos a las distintas naciones -étnicas-que quieren convertirse ahora en Estado. Y hágase la comparativa.
Afirmar que Fichte tuvo muy buen olfato para vislumbrar cuáles eran las ideas que estaban configurando la nueva época que se inauguraba, sería lo justo. Y, en ese sentido, habría cumplido satisfactoriamente con la función del filósofo, porque fue un buen explorador de los nuevos mapas que se estaban configurando. La prueba es que tuvo el poder de desencadenar una lucha filosófica entre distintas interpretaciones sobre el centro de los problemas entonces compartidos, y de ahí las figuras de Schelling y de Hegel y después de Marx, al lado de múltiples autores laterales, como Jacobi, Reinhold, Maimon, Schultze o los hermanos Schlegel, en el marco del postkantismo y del romanticismo alemán.
Pero las teorías muestran su potencia en el transcurso del tiempo y, por eso, hoy, la fenomenología nacida en Husserl puede reconocer algunos elementos de paternidad en Fichte (ese Yo que incluye tanto al yo-corpóreo, al nosotros y al mundo: no-yo). Al margen ahora de la mayor o menor fertilidad de la fenomenología, habría que levantar acta de grandes errores de perspectiva de aquel idealismo fichteano: la ciencia no se construye sobre una realidad unificada, sino sobre múltiples categorías de realidad independientes entre sí (la química, la biología, la etnología, la historia... discurren según cierres categoriales muy diversos, como sabemos desde G. Bueno). Lo que nos lleva a la necesidad de pensar con mucha mayor cautela. No es lícito proceder a ese totum revolutum donde la idea de cultura, de nación y de progreso de la libertad se entreveren en una doctrina que quiere pasar directamente por científica. Por ello debe resituarse como reflexión crítica filosófica -que Fichte como tantos otros quiso convertir en ciencia- para tejer de otra manera esos mimbres. Y el idealismo -la vida autónoma de las ideas- habrá de transformarse y ceder ante un materialismo no positivista ni fisicalista, donde la cultura pueda ejercer la función material que realmente tiene.
Y todo aquello que quiso trascender Fichte: la superación del individualismo hedonista, del empirismo obtuso y del escepticismo necio, signos decadentes del nuevo tiempo, parece que no será posible a través de ese "Yo" tallado metafísicamente sino más bien a través de una lenta y plural reflexión que desde instancias materiales sea capaz de elevar teorías con capacidad de ir iluminando el camino hacia lugares alejados de los abismos seguros.
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