Prince es uno de los artistas más injustamente relacionados con una época de la historia del pop. Al menos por aquí, donde al pensar en él a muchos les cuesta recordar algo más allá del «Purple Rain», de que tuvo una novia española y de que cambió su nombre por un símbolo cuando se enfrentó a su discográfica.

Efectivamente, la década de los ochenta fue de Prince, como también lo fue de Michael Jackson o de Madonna. Al igual que Jackson, Prince supo crear un estilo propio que iba saltando del rock al pop, al funk y a lo que le diera la gana porque tenía talento de sobra para hacerlo. Y, al igual que Madonna, acompañó ese talento con un aspecto libidinoso y una actitud ambiciosa que le daba una carnalidad bastante higiénica a su imagen de superestrella un tanto lunática y de ego oceánico.

Pero Prince ha sido algo más que un miembro de honor de aquel triunvirato ochentero (que, como es natural, nunca se llevó demasiado bien). Hasta su muerte, ha sido un tío valiente y tocanarices, en lo musical pero también en lo personal (algunas de sus ideas sobre los gays o el islamismo eran para ponerlas en cuarentena) y en lo industrial.

En este sentido, además del enfrentamiento con su discográfica de toda la vida (Warner) con la que después se reconcilió, en los últimos tiempos Prince ha logrado dar salida a su enorme creatividad „y algún incomprensible capricho„ a base de convencer a unas cuantas grandes multinacionales ansiosas por llevárselo al huerto. Y no siempre el huerto entregaba los frutos que las discográficas habían planeado.

Pero hablemos de música. Sus dos primeros discos («For You» y «Prince») se publicaron en la década de los 70 y no dan cuenta aún de la superestrella que se avecinaba. Es a partir de 1980 cuando el artista de Minneapolis empieza a imponer su particular reinado. Ese año saca «Dirty Mind», una barbaridad que graba prácticamente solo en su estudio casero y donde en media hora pasa por el new wave, el rock'n'roll, el funk y el urban soul sin dejar de ser Prince en ningún momento.

Aquejado de una especie de incontinencia artística, en aquella década hizo una película que tuvo millones de espectadores, soltó en prensa un montón de titulares escandalosos e (costumbre que, por suerte, ha mantenido durante muchos años) y grabó una decena de discos que casi siempre van de lo muy bueno a lo excelente. Es cierto que a partir de 1989 , con la banda sonora de «Batman», empieza a mostrar una irregularidad que irá imponiéndose en los siguientes años, pero eso no impedía que de vez en cuando sacaras cosas como el «3121» y te dejara catacroquer.

Lo bueno de estos tiempos facilones y poco comprometidos es que incluso una carrera tan vasta „y últimamente algo incoherente„ como la de Prince está a un tiro de teclado o de tienda de discos molona. Así que aprovechémoslo, discriminemos, y disfrutemos de las muchas cosas buenas que nos ha dejado.