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SOCIÓLOGO, PUBLICA "LA DESFACHATEZ INTELECTUAL"

"Los intelectuales tienden a opinar con excesiva impunidad"

"Tenemos poco hábito de intercambio crítico de argumentos, por lo que el debate degenera muy rápido en la descalificación personal"

Ignacio Sánchez Cuenca.

En La desfachatez intelectual (Catarata), el sociólogo y filósofo Ignacio Sánchez Cuenca (Madrid, 1966) se atreve con las grandes firmas de los creadores de opinión y deja en evidencia lo que considera su "excesiva impunidad" cuando abordan asuntos públicos que apenas conocen. El nuevo libro de este profesor de Ciencia política es una variante en su reflexión sobre lo público abordada en libros como Atado y mal atado.(El suicidio institucional del franquismo y el surgimiento de la democracia) o La impotencia democráctica (Sobre la crisis política española). El ámbito de la reflexión intelectual en los medios escritos está lastrado, según Sánchez Cuenca, por cierto aire decimonónico y dominado por escritores y filósofos como Gustavo Bueno, de quien escribe que "metió el materialismo dialéctico por el tamiz de la escolástica medieval y ha terminado en posiciones neofalangistas".

-¿Por qué se mete en un libro a primera vista arriesgado, que le habrá traído bastantes complicaciones?

-Puede sonar pretencioso pero la única razón es que estaba un poco harto de leer en prensa análisis firmados por intelectuales de gran reconocimiento social y cultural que, a mi juicio, no estaban a la altura de lo que cabía esperar. No hay más motivación que ésa. No es ningún ajuste de cuentas sino una llamada de atención sobre el bajo nivel que tienen muchas de esas intervenciones.

-Su libro deja la impresión de que algunos de esos intelectuales escriben de lo que no saben.

-No siempre. No digo que todo lo que escriben carezca de valor, pero sí afirmo que muchas veces hablan sobre asuntos que no conocen lo suficiente y que no abordan desde el ángulo correcto. Los intelectuales digamos de letras, generalistas o de inspiración literaria hacen muy buena función cuando denuncian una injusticia o llaman la atención sobre asuntos que han quedado desatendidos en la esfera pública. Cuando creo que patinan es cuando se meten en asuntos que entrañan relaciones causales entre los fenómenos, como las causas de que el sistema educativo no funcione bien o las causas de la crisis económica.

-¿A qué cabe atribuir eso?

-En España siempre hemos tenido una tradición muy literaria en el debate político. Esa es una tendencia que se remonta al 98. Ahí se generan unas inercias que hace que no nos lo cuestionemos. Resulta natural ver en las páginas de los periódicos a escritores o ensayistas hablando sobre temas que no conocen los suficiente. Nos hemos acostumbrado a que los escritores estén de manera constante en los medios. Pero mirándolo desde el exterior, comparándolo con lo que sucede en otros países es algo anómalo. En el libro trato de reflejar la anomalía que supone tantos escritores hablando sobre asuntos que no se han molestado en conocer. Eso no significa que yo defienda que sólo opinen los expertos, algo que también resultaría empobrecedor. Lo único que digo es que si vamos a dejar tanto espacio a los escritores que, al menos, pasen por el trámite de informarse y aprender lo que han dicho antes otros que sabían más del asunto.

-Lo que viene a decir usted es que en nuestro debate público sigue habiendo una orientación casi decimonónica.

-Creo que sí, que esa es la orientación dominante. Cuando uno se pregunta por los autores que más visibilidad tienen los primeros que se te vienen a la cabeza son escritores y filósofos. Es verdad que durante los años de la crisis ha habido una entrada importante de economistas y algunos se han hecho muy mediáticos. También hay sociólogos y politólogos que se han dado a conocer y han adquirido una cierta visibilidad. Pero las grandes figuras siguen siendo aquellas que proceden de la literatura y del ensayismo filosófico.

-¿Estos intelectuales de "letras" no suplen en parte la carencia de especialistas con destreza para hacerse entender por el gran público?

-Creo que no. Durante estos años en los que hubo mucha fragmentación en los medios de comunicación, en los que se ha perdido el oligopolio de los grandes medios en papel nacionales y hay muchas más diversidad a través de las redes sociales nos encontramos con gente muy preparada que escribe razonablemente bien, de forma clara y con un mayor conocimiento de los temas. Eso no significa que tengan que desplazar a los grandes intelectuales, sino que éstos tienen que encontrar su registro propio. Entiendo que haya ese tipo de intelectuales en la esfera pública, pero tienen que estar sometidos a unos ciertos niveles de exigencia. De lo contrario caemos en lo que denuncio en el libro, que es una excesiva impunidad, lanzar opiniones sin pagar ninguna consecuencia por ello.

-Usted apunta que estamos atascados en el "vicio del opinionismo".

-Entiendo que haya ese "opinionismo" porque ocurre en todos los países. El problema es cuando hay esa impunidad de la que hablo, que cuando alguno de esos notables dice algo que no tiene sentido nadie lo corrige o si lo corrigen en lugar de entrar en el intercambio de puntos de vista lo que se hace es descalificar al otro. Este es un vicio muy extendido. Tenemos poco hábito de intercambio crítico de argumentos, por lo que el debate degera muy rápido en la descalificación personal. Los autores deben acostumbrarse a que sus opiniones puedan ser criticadas sin que eso se entienda como una ofensa personal.

-Hay algunos nombres que destacan en su libro. Empecemos por Fernando Savater.

-El caso de Savater es muy complicado, es una persona con muchas dimensiones de las que se puede hablar. En el libro aparece por muchos motivos. Es un buen ejemplo de unas evoluciones ideológicas exageradas. Procede de tesis muy anarquistas, pasa luego por la socialdemocracia y el liberalismo de UPyD para terminar en posiciones conservadoras y muchas veces reaccionarias. Es un hombre que ha recorrido todas las etapas ideológicas posibles. Lo que me llamó la atención es que en los años 70 ya argumentaba contra sus rivales con la misma suficiencia que ahora aunque desde posiciones totalmente opuestas. Esa jactancia o creencia de que todos los demás están equivocados ya la tenía cuando pensaba que Batasuna era un movimiento político positivo para Europa y para España y la tiene ahora cuando considera que es el origen de todos los males. Evoluciones tan exageradas, tras las cuales está el ánimo de tener una razón completa, me parece que obedecen a una cierta frivolidad intelectual.

-Usted detecta ciertas modas intelectuales, tendencias muy definidas en esas evoluciones ideológicas que hacen previsible dónde van a acabar.

-Todos tenemos motivos para evolucionar y para cambiar de opiniones. Sería absurdo que cuando el mundo está cambiando y de forma tan rápida todos nos quedáramos quietos en nuestra posición. Lo que resulta extraño es que esa evolución se produzca en la misma dirección.Eso revela un cierto gregarismo o "pensamiento manada" que hace que todos vayan al mismo ritmo y en la misma dirección. Es algo llamativo porque normalmente asociamos la figura del intelectual con una individualidad muy fuerte, que piensa por sí mismo al margen de las corrientes de su época. Creo que eso es falso. Los intelectuales, como el resto, son muy sensibles al espíritu dominante en cada momento de la historia. Su evolución en estos años así lo refleja.

-Otro al que le dedica muchas páginas es a Antonio Muñoz Molina y a su libro "Todo lo que era sólido".

-Es un caso muy diferente porque no tiene la agresividad o la prepotencia de Savater. Es una persona más prudente y respetuosa en sus formas. Pero el fondo de sus tesis sorprende. El autor pretende que sea un intento de análisis frío de la situación política y económica de España, inspirado en el modelo anglosajón del periodismo de precisión. En la práctica resulta algo muy diferente, es un ejercicio quejumbroso, regeneracionista, muy noventayochista, de todo lo que va mal en el país. Sus tesis, despojadas de la literatura que las adorna, son llamativas por lo absurdas que resultan. Afirmar que son los nacionalismos los que en última instancia causan la crisis económica resulta disparatado. Decir que los debates sobre la memoria histórica nos impidieron ver con claridad la crisis que se avecinaba no tiene nada que ver con la realidad, cuando sabemos que en otros países en los que no había estos debates también sobrevino la crisis económica. Me quedé muy decepcionado con "Todo lo que era sólido", un libro fallido por la cantidad de errores y los diagnósticos que no tienen base ninguna, pese a lo cual fue recibido como un libro definitivo sobre la crisis.

-Otro nombre más de actualidad y que no procede del sector de las letras: el economista Luis Garicano.

-La crítica que hago a economistas como Luis Garicano o César Molina está en otro plano. Ya no hablamos de tesis absurdas sino de la obra de economistas que tienen una trayectoria profesional impresionante, saben de lo que hablan y son excelentes en su profesión, pero opinan sobre política de forma un poco a la ligera. Así como en el terreno económico ellos son muy exigentes con los argumentos y los datos que se pueden manejar, cuando hablan de política piensan que hay barra libre y cualquier tesis es defendible. El libro de Garicano me sorprendió por el simplismo de sus propuestas políticas. Tiene una actitud muy regeneracionista y está convencido de que al país se le puede dar la vuelta como un calcetín porque hemos visto que el carnet por puntos y la ley contra el tabaco han funcionado muy bien. Esos son los ejemplos que inspiran su libro, que no tienen ninguna capacidad para iluminar lo que sucedería si intentamos reforma el sistema educativo, el mercado laboral o el sistema de pensiones. Por la sencilla razón, y esto es evidente para quien sepa algo de políticas públicas, de que en estos ámbitos hay muchos intereses creados, mientras que para regular cuestiones como el carnet por puntos, que no le cuesta nada al Estado, basta con publicarlo en el BOE. Ese tipo de simplezas son las que me han llevado a incluir a estos autores en el libro.

-Los comentarios de Félix de Azúa sobre la alcaldesa Colau supongo que servirán para engrosar la crítica que usted hace de él.

-Por primera vez se ha producido una especie reacción natural de indignación tras sus palabras sobre Ada Colau. Lo que no se entiende es que De Azúa, con una obra ensayística y literaria muy apreciable, decida adoptar ese tipo de registro tabernario basado en el insulto y la descalificación. Lo puedo entender en alguien como Herman Tersch pero no en un intelectual de su valía. Ese tipo de intervenciones son estériles y no contribuyen en nada a mejorar nuestro debate público, al contrario lo embarran más

-Usted que es un autor de un libro sobre la Transición desde la perspectiva sociológica ¿Cómo ve el revisionismos sobre ese tiempo histórico en el que estamos metidos?

-Tengo una posición muy crítica sobre ese revisionismo. Entiendo que hay algo saludable en pensar que se nos han pasado aspectos de la transición sobre los que hay que volver, porque las cosas nunca quedan cerradas del todo. Pero no comparto en absoluto esa idea de que todos nuestros males proceden de la forma en que se realizó la transición. Soy muy crítico con el funcionamiento de la economía y la política en España, pero no creo que nuestras deficiencias vengan de ahí. Entre otras razones porque hay países cercanos que están pasando por dificultades muy similares a las nuestras y tuvieron una Transición muy diferente. Es un esfuerzo baldío tratar de encontrar en ese período las claves de nuestros problemas. Hay que fijarse más en problemas que genera nuestra pertenencia al euro o la falta de democracia a nivel europeo en la conformación de las políticas económicas. Es legítimo pensar que la Transición se podría haber hecho de otro modo pero la situación actual no sería muy diferente.

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