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Arte

Santi Cores, el descubrimiento de su escultura

El artista asume con naturalidad la influencia de Brancusi, que convierte en homenaje, sin perjuicio de la indudable personalidad e identidad de su obra

Piezas escultóricas de Santi Cores.

No es frecuente, pero sucede y entonces resulta especialmente grato, que el visitante asiduo de las galerías de arte se encuentre con una exposición que supera sus expectativas. Ese es el caso de la muestra de escultura que Santi Cores (Oviedo, 1955) presenta en el atractivo espacio del Colegio de Arquitectos de Oviedo, y no porque el visitante, que firma estas líneas, tuviera una idea preconcebida de su obra sino porque no tenía ninguna. En realidad esta es prácticamente la primera exposición con alguna trascendencia que ha hecho en su vida, cuando estamos ante un artista que, sin embrago, ha dedicado buena parte de esa vida, profesionalmente centrada en la construcción, a vivir el arte y, sobre todo, a crear arte.

Santi Cores, los medios de información ya lo han adelantado, es hijo del que fuera destacado arquitecto ovetense Joaquín Cores y sobrino de Amparo Cores, uno de los nombres fundamentales en la primera generación de artistas asturianos que apostó por la modernidad, y también descendiente del pintor Juan Uría. No sé si tan ilustres antecedentes habrán sido circunstancia que influyera, por timidez o inseguridad, en anteriores presentaciones de su obra al público, lo digo por aquella metáfora tan frecuente en el mundo del arte de "matar al padre". Lo cierto es que Santi Cores trabajó la escultura desde siempre y atribuye a Amparo Cores que le acercara a la obra de Brancusi que fue "su inspiración en el inicio y el camino para seguir adelante".

La referencia es muy relevante porque la presencia del gran escultor rumano se deja sentir en la mayor parte de la obra de Santi Cores, cosa que asume con naturalidad y convierte en homenaje, sin prejuicio de que, siendo fiel a la idea escultórica de Brancusi, y en algunos casos a su forma básica, sea capaz de desarrollar una obra con entidad propia en la que imprime su huella personal. Las formas básicas y simbólicas de Brancusi influyeron, y continúan haciéndolo, en varias generaciones de artistas, tanto abstractos como figurativos, a veces de manera bastante explícita y otras menos descifrables como en el caso de su "Columna infinita" en la obra de los minimalistas Carl André y Donald Judd, aunque en su caso sometida a la extrema reducción formal propiciada por el constructivismo.

Como emblema de su exposición Santi Cores dedica a Brancusi su propio "Pájaro en el espacio", en madera y pintado de rojo, que no es lo mejor de su obra ni sería confundido en la aduana de Nueva York con un utensilio de cocina obligado por tanto a pagar impuestos, como sucedió con la pieza de metal del maestro. Media exposición de nuestro escultor tiene a la madera como materia, y resulta algo irregular porque unas piezas parecen recordar la talla artesanal e ingenua de anteriores etapas y sin embargo en otras, la Raya y otras temáticas animalistas, son de una espléndida expresividad en su armonía de líneas y síntesis formal, también de perfecto acabado que recuerda al mismísimo Navascués, versiones tanto semiabstractas como figurativas.

Lo mejor son las esculturas en piedra, condensación de la idea plástica en la estructura en bloque, ovoide o cercana a él, formas solidas, compactas, suavemente redondeadas y pulidas que con gran economía de medios plásticos y referencias anatómicas -sustituye la anatomía por la autonomía en su creación artística- que puede representar con intensidad mochuelos en su nido o ranas, cargadas de tensión y energía interna concentrada como para dar su típico salto ante nosotros, cuando apenas son algo más que piedras redondeadas. Podían ser también esculturas para ciegos, como Brancusi tituló, una de sus obras. Una exposición muy atractiva.

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